lunes, 22 de marzo de 2010

LA ECONOMÍA POLÍTICA DE LA TRANSICIÓN AL SOCIALISMO.











Econ. Jesús Fiaría.


Introducción

Los ideólogos del capital argumentan que en un país pequeño y dependiente como el nuestro, el proyecto socialista es inviable. Según ellos, las condiciones económicas y geopolíticas extremadamente adversas imposibilitan el gran salto histórico, además de la ya trillada caducidad que le atribuyen a la propuesta socialista.
No obstante, si algo ha quedado claro a lo largo de la historia es que nada podrá aniquilar la idea socialista. Esta vivirá mientras existan las injusticias y perversiones del capitalismo. El socialismo es una necesidad histórica, constituye la única alternativa a la inmensa amenaza que, para la humanidad, representa la hegemonía imperialista. La actual crisis del sistema capitalista no hace sino ratificar esta afirmación.
En contraste con el desaliento de las fuerzas revolucionarias a escala mundial a comienzo de la década de 1990, con motivo del derrumbe del experimento socialista en la Europa del este, en la actualidad se plantea el socialismo como una posibilidad política de creciente arraigo. El resurgimiento del programa socialista se basa en una evaluación crítica del intento infructuoso de la construcción socialista en la URSS y en Europa del este a partir, por una parte, de un estudio detenido de los extraordinarios avances en materia social, cultural, científica, militar y económica, de la intensa solidaridad internacional prestada a los pueblos del mundo; y, por la otra, del análisis de las profundas desviaciones de la propuesta científica del socialismo.
El nuevo auge de las ideas socialistas se concreta en la revolución bolivariana y en los cambios políticos en América Latina y el Caribe, conformándose en expresión de la inviabilidad del capitalismo, así como del fortalecimiento de las luchas antiimperialistas.
El presente trabajo recoge un conjunto de problemas y retos del proceso de transición al socialismo en nuestro país desde la óptica de la economía política. Este escrito no tiene pretensiones académicas. Más bien, se hace un esfuerzo -ojalá fructuoso- en la sistematización sencilla de esos aspectos, con la finalidad de ponerlos al alance de todos.
Recogemos citas y referencias de Carlos Marx, Federico Engels y, sobre todo, de V. I. Lenin. Este último, por cierto, ha sido muy subestimado en el debate actual de la transición, a pesar de ser reconocido por muchos, en forma totalmente justificada, como el padre de la economía política del socialismo.

1.- La crisis del capitalismo
La vitalidad del sistema capitalista se fundamenta en la obsesión por maximizar la ganancia, en la capacidad de la burguesía de acumular riqueza y poder. Marx nos ilustra la voracidad del capital con una citando a J.T. Dunning en el tomo I su obra El Capital:
“Al capital le horroriza la ausencia de beneficio. Cuando siente un beneficio razonable, se enorgullece. Al 20% se entusiasma. Al 50% es temerario. Al 100% arrasa todas las leyes humanas y al 300% no se detiene ante ningún crimen, aunque enfrente el patíbulo”

Impulsado por esa lógica, el capitalismo ha generado un portentoso desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, el espectacular desarrollo productivo y una aterradora tendencia a la descomposición social conviven en extravagante polarización. Los adelantos científico-técnicos y las potencialidades productivas no sirven a los intereses de la sociedad. Los colosales avances tecnológicos, lejos de contribuir a resolver los grandes problemas de la humanidad, generan desesperanza en el mundo. La gigantesca riqueza generada por la sociedad es apropiada por una reducida élite.
Todo se subordina al mandato de los más poderosos, que en tiempos de globalización equivale al dictado de las corporaciones financieras. Esto choca contra cualquier propósito humanista. El conflicto ético es demasiado evidente. El único criterio válido para el uso de los recursos económicos y naturales es el de la ganancia y la acumulación de poder. El capitalismo justifica contrastes sociales aterradores bajo la lógica de alentar la iniciativa individual y premiarla con una “adecuada remuneración” que estimule aún más la expansión económica. El resto de la sociedad, se esgrime, en algún momento obtendrá su beneficio, pero no se puede sacrificar la ganancia. Al capitalismo, se agrega, no se le puede arrebatar su vitalidad cercenando el estímulo (la ganancia) a la superación. Según esa lógica, las abismales diferencias sociales no solo son inevitables, sino también necesarias.
El capitalismo está minado de contradicciones y como consecuencia de su agudización se perturba seriamente la reproducción del capital.
En ese sentido, la restricción del salario provocada por la ilimitada ambición de ganancia trae consigo “excedentes” de bienes y servicios, que no pueden ser colocados en un mercado aquejado por la restricción de la capacidad de compra de la población. De esta manera coexisten, insólitamente, estos excedentes con la reproducción acelerada de la miseria y el hambre. La expansión del capitalismo genera también excedentes de capital, inservible para el propósito de la ganancia. Se sobreacumula el capital, mostrando las grietas de un sistema que llega a sus límites de expansión, que no se puede reproducir sin provocar severas crisis en su funcionamiento.
El desempleo masivo, que azota a cientos de millones de asalariados, agudiza la situación y devela una insólita paradoja: el capitalismo no está en capacidad de aprovechar en su totalidad el principal recurso productivo de la sociedad que, a su vez, constituye la fuente de sus ganancias.
El capitalismo sólo puede desplegarse creando crisis, generando pobreza y destruyendo los recursos que pudieran solucionar los problemas de la humanidad. Eso siempre ha sido así. Las crisis son parte indisoluble del capitalismo. Pero ahora se agudizan a un máximo a la luz de la peor crisis de los últimos 80 años.
El parasitismo corroe las bases del sistema. En su fase imperialista, el capital potencia su naturaleza especulativa, las operaciones financieras asumen un rol preponderante. El capital financiero ejerce una hegemonía absoluta.
Con el modelo neoliberal se llega al éxtasis. La libertad total de los especuladores pone a las economías nacionales al servicio de sus cálculos. La expansión de las corporaciones financieras convierte al capitalismo en un verdadero casino. Se multiplican riquezas ficticias. Las fabulosas fortunas que se tranzan no tienen ningún tipo de sustento en la economía real, pero lo que allí ocurre tiene profundas repercusiones económicas, como lo demuestra la crisis financiera estadounidense, que se tradujo en un terremoto económico global.
Las mentes más brillantes del establishment están ocupadas en la creación de fórmulas que permitan el funcionamiento del sistema en forma aceptable. Ante el inexorable retorno de las recetas de libre mercado al basurero de las ideas, a donde fueron a parar como resultado de la Gran Depresión y de donde fueron reencauchadas en los años 80, el discurso de moda apunta al neokeynesianismo, cuyas limitaciones quedaron claramente comprobadas a finales de los 70.
Es el péndulo histórico del capitalismo que lo lleva de crisis en crisis, agotando el valor de uso de esas teorías como propuestas ideológicas de la burguesía. Estas no pueden ocultar las deficiencias estructurales del capitalismo, agudizando inevitablemente su crisis ideológica.
La fabulosa expansión del capitalismo exhibe una escandalosa decadencia. El impacto sobre la naturaleza es inocultable. La voracidad de la competencia monopólica conduce irremediablemente a la explotación indiscriminada de los recursos naturales, destruyendo la posibilidad de vida en el planeta. Ya no se trata sólo de las limitaciones inherentes al desarrollo del capital, sino de la existencia de la humanidad.
Marx expresa estas contradicciones en su dimensión histórica:

Conjuntamente con la constante disminución del número de magnates del capital, quienes usurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de transformación, crece la miseria de las masas, la opresión, la esclavitud, la degradación, la explotación; pero con esto también crece la tendencia a la revuelta de la clase obrera, una clase que crece constantemente en número y disciplina, unida y organizada por el propio mecanismo del proceso capitalista de producción. El monopolio del capital se vuelve un lastre sobre el modo de producción, que ha crecido y florecido conjuntamente y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo finalmente se vuelve incompatible con el capitalismo. Este es un asunto obvio. Es el funeral de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados”.[1]

2.- La necesidad histórica de la transición al socialismo
En este contexto, la transición al socialismo ya no es solo una posibilidad, sino una necesidad histórica impostergable. Ello obedece al accionar de leyes del desarrollo de la sociedad, dentro de las cuales destaca la ley del conflicto creciente entre la socialización de la fuerzas productivas, expresadas en la amplia participación de la sociedad en el proceso productivo, por una parte, y la forma privada de su apropiación, acto éste que descansa en la creciente monopolización de los medios de producción en manos de la burguesía, por la otra.
La historia nos enseña que a un determinado grado de su desarrollo, las relaciones de producción basadas en la explotación capitalista se convierten, inexorablemente, en la principal traba para el desarrollo de las fuerzas productivas y de la sociedad en su conjunto. Los trastornos sociales que de allí se derivan son el germen de importantes cambios políticos, algunos de los cuales adquieren la dimensión de una revolución social.
Marx nos ilustra esta situación con sus célebres frases:
“Llegado un cierto punto en su desarrollo, las fuerzas de producción materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes, o –lo que no es más que la expresión legal de la misma cosa– con las relaciones de propiedad, en las cuales se ha trabajado hasta entonces. Después de haber estimulado el desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en una traba para ellas. Entonces empieza una época de revolución social”.[2]

Observando la realidad venezolana, se constata que la presencia de grupos económicos y compañías transnacionales con posiciones monopólicas, la explotación imperialista, la actuación de un Estado capitalista operando esencialmente en función de la ganancia, la acentuada inequidad reinante en la distribución del ingreso, la incidencia parasitaria del poder financiero sobre el aparato productivo nacional, la insuficiencia de la renta petrolera para mantener las políticas reformistas, la tenencia latifundista de la tierra en el campo venezolano, la desintegración del sistema político bipartidista, la desmoralización de la clase política dominante, por sólo mencionar algunos factores, se constituyeron en el mayor obstáculo para el desarrollo del país, en las causas de una profunda crisis.
A pesar de la gravedad de la crisis, la superación del capitalismo no constituye un trámite ineludible. El sistema capitalista puede experimentar un ajuste, un reacomodo en su estructura que le permita oxigenarse y prolongar su existencia, dando lugar a salidas reaccionarias a las crisis. Esto ya ha ocurrido en el pasado.
En este sentido, es preciso destacar que el desarrollo del capitalismo trae consigo las condiciones para su erradicación, pero el advenimiento del socialismo no es el resultado automático de dichas condiciones. El capitalismo no se desintegrará, no dejará de existir por “muerte natural”. De allí que el surgimiento de una situación revolucionaria y, más significativo aún, su resolución exitosa representen premisas indispensables para la transformación de la sociedad.
Lo ocurrido en el país a partir del año 1989, ilustra a la perfección lo anteriormente expuesto. El agotamiento del sistema capitalista produjo una creciente agudización de la lucha de clases en razón del deterioro de la situación material y social de los trabajadores, de la corrupción desbordada como expresión de la decadencia moral. La postración extrema del modelo económico rentista y la imposición de la receta neoliberal por parte del FMI, exacerbaron los conflictos sociales y los catapultaron a niveles de revueltas populares y alzamientos militares.
A consecuencia de ello, se configuró un escenario muy parecido al que Lenin definió como una situación revolucionaria. Esta se caracteriza por el hecho de que las clases dominantes ya no están en capacidad de seguir ejerciendo su hegemonía, mientras que las clases dominadas ya no están dispuestas a seguir siendo explotadas y oprimidas.

3.- El ritmo de la transición
En este contexto histórico arribamos al planteamiento de la construcción del socialismo, impulsado por el Comandante Chávez. Propulsado por los acontecimientos sociales y políticos del país, la caracterización de la transición al socialismo en Venezuela y exploración de sus vías se han ubicado en el centro del debate político nacional.
Este periodo de transición es una fase histórica del desarrollo social determinada en su complejidad, alcance, duración y carácter por un amplio espectro de factores internos y externos, objetivos y subjetivos, económicos y sociales, políticos y culturales, etc. Entre estos podemos destacar los siguientes:
El nivel de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas, en razón de que el socialismo exige un elevado desarrollo productivo para superar el subdesarrollo, satisfacer las necesidades de la sociedad y sustentar una clase obrera poderosa.
La existencia de relaciones de producción precapitalistas, como el latifundio, debido a que la presencia de terratenientes, clase social ultraconservadora, fortalece a la contrarevolución.
El grado de agudización de las contradicciones de clases y la correlación de fuerzas es determinante.
La intensidad de los ataques imperialistas, es decir, la hostilidad y la injerencia por parte del gobierno estadounidense y el resto de los poderes fácticos, dificulta la transición.
El avance de las integraciones de las naciones latinoamericanas y caribeñas, ya que la salida de la órbita de dominación imperial se convierte en tarea esencial en la vía al socialismo. La derrota del imperialismo sólo será posible como resultado de la unidad de los pueblos explotados.
El grado de organización y conciencia de la clase obrera es vital. De su organización y conciencia dependerá el carácter del bloque histórico y el rumbo de la revolución.
La existencia de una vanguardia política con organización, programa e ideología revolucionaria, pues se puede iniciar precariamente una revolución sin una organización de vanguardia, pero jamás se podrá consolidar.
La destrucción del Estado burgués y la profundización del poder popular. Del avance en este frente esencial de la revolución dependerá la posibilidad de trascender al socialismo.
El desempeño de la economía, ya que esta variable condiciona la estabilidad social y política del país.
Como se puede observar, estamos ante un largo y complejo proceso de creación y consolidación de condiciones para la construcción del socialismo, a partir de la predominancia de condiciones capitalistas. Lenin definía esa contradicción de la siguiente manera:
“Teóricamente no cabe duda que entre el capitalismo y el comunismo media cierto período de transición. Este período no puede evitar el encuentro de los rasgos o propiedades de estos dos sistemas de economía social. El período de transición no puede dejar de ser un período de lucha entre el capitalismo agonizante y el comunismo naciente: o en otras palabras: entre el capitalismo vencido pero no aniquilado y el comunismo ya nacido pero aún muy débil". [3]

El reto consiste precisamente en liquidar los vicios y perversiones del viejo sistema que ahogan las incipientes tendencias socialistas.[4] Se trata de inclinar esa lucha, lo antes posible, a favor de la nueva sociedad.

4.- Revolución y poder político
Desde el enfoque de la economía política, la cuestión del poder asume un rol de primer orden en el estudio del período de transición, en particular cuando se trata de la transición de un sistema basado en la explotación a otro que la suprime de raíz.
En el pasado, la sustitución de un régimen explotador por otro de la misma naturaleza era apuntalada por la superioridad (o al menos la creciente fortaleza) económica de la clase emergente (por ejemplo, la burguesía en el feudalismo); en tanto que la conquista del poder político era, en buena medida, una consecuencia de dicha superioridad. Se trataba de hacer corresponder el ejercicio del poder económico con el político, lo cual se traducía en revoluciones políticas para constituir un nuevo sistema de dominación.
La conquista del poder político para suprimir al capitalismo, esa es la tarea fundamental de la revolución, es el punto de partida para la transición a la nueva sociedad, lo cual se sintetiza en la necesidad de abolir el Estado burgués y sustituirlo por uno revolucionario.
El Estado es una estructura para el ejercicio del poder político por parte de la clase dominante. Su función fundamental consiste en garantizar la estabilidad del orden socioeconómico establecido. De tal forma que para aspirar al cambio social se requiere derrotar dicha estructura en medio de una exacerbada lucha de clases.
Al respecto, escribe Lenin:
“Cualquiera que sean las formas que adopte una República, aunque se trate de la más democrática, si es una República burguesa, si mantiene la propiedad privada sobre la tierra, las fábricas y talleres, si el capital privado mantiene a la sociedad toda bajo la esclavitud asalariada,…, este Estado será sencillamente una máquina para la opresión de unos por otros. Y debemos poner esa máquina en manos de la clase llamada a derrocar el poder del capital. … Nosotros hemos arrancado a los capitalistas esta máquina y nos hemos apoderado de ella. Con esta máquina o con ese garrote acabaremos con toda explotación”.[5]

Por primera vez en la historia de la humanidad, una clase social explotada y carente de cualquier poder económico, la clase obrera, se rebela en contra de la estructura dominante con una propuesta históricamente viable de superación de la explotación.
Ciertamente, las revoluciones sociales son momentos de quiebre histórico, fases de profundas tensiones sociales, reacomodos en las esferas de poder, resistencia ante agresiones, también externas, que persiguen restituir privilegios perdidos. Ante esto, la clase revolucionaria, tal como nos lo enseña la abundante y, en parte, dramática experiencia de las luchas del proletariado, debe establecer un régimen de gobierno y una legalidad que permitan garantizar la conquista y consolidación del poder popular. Este sistema lo podemos definir como democracia popular y revolucionaria.[6]
Se trata de la forma de gobierno más democrática que conoce la historia hasta ese momento de su evolución. Por primera vez la mayoría del pueblo, las masas trabajadoras, conquistan el poder, develando las limitaciones e hipocresía del liberalismo burgués. Este es el proceso histórico, en el cual el Estado deja de ser un instrumento de dominación de la mayoría por parte de una élite y se convierte en un instrumento de transformación al servicio de las masas populares, se transforma en un espacio de organización del pueblo para el despliegue de sus potencialidades.
El pueblo trabajador se organiza de acuerdo con sus intereses y las condiciones históricas imperantes para establecer nuevas estructuras de poder, del poder popular, que expresa una nueva hegemonía política que ejerce la mayoría.
Este orden político revolucionario no representa un sistema perfecto de democracia. La democracia perfecta o absoluta es irrealizable dentro de una sociedad clasista y, mucho menos, en una coyuntura de cambios revolucionarios. El nuevo orden político establecido es la expresión de la voluntad de las mayorías que impone restricciones políticas y económicas a la burguesía, despojada de su poder y que emplea la violencia en busca de restituir el viejo régimen.
Los actos contrarrevolucionarios del bienio 2002-2003, a pesar de que apenas se esbozaban los primeros planteamientos de una lejana orientación socialista, nos anunciaron la necesidad de instaurar un sistema político de esta naturaleza. Este se extenderá desde el inicio de las transformaciones hasta la creación de condiciones estables para el despliegue de la sociedad socialista. Sus rasgos, en tanto, dependerán de la virulencia e intensidad de los ataques en contra del nuevo proyecto de sociedad.[7]
Sabemos que una revolución no se despliega sobre un lecho de rosas. Existen adversidades y amenazas que penden como una Espada de Damocles sobre su cuerpo, expresión especialmente válida para una revolución por la vía democrática.
Instituciones burguesas conspiran permanentemente en contra de los objetivos históricos de la revolución, convirtiéndose en una profusa fuente de contradicciones que se disemina a lo largo de toda la dimensión social. La experiencia chilena revela parte del peligro que reviste esta situación.
Esta condición implica un largo y tortuoso período de desplazamiento de la institucionalidad burguesa por el poder popular, lo cual hace de los cambios trascendentales un proceso más complejo de lo que ya es.
El avance de una revolución tiene que generar una nueva institucionalidad que, por su carácter, contenido y forma, se corresponda plenamente con la esencia del período revolucionario que transitamos. Se debe evitar caer atrapado en la inercia de la reforma, como resultado de la trampa de la gobernabilidad de un régimen caduco.
Las vacilaciones reformistas tienen sus exponentes en el seno de las fuerzas revolucionarias. En algunos casos por convicción de que la revolución es inviable, en lugar de la cual se imponen los pequeños cambios superficiales sin alterar la esencia del sistema. En otros se impone el temor a la agudización de las contradicciones a raíz de la revolución.
No basta con ganar elecciones y revalidar mayorías en las contiendas electorales. Eso de nada nos servirá si no activamos los cambios que profundicen la revolución. Optimizar la gestión no solo para darle respuestas a los problemas del pueblo, sino para desarrollar el poder popular. El grado de complejidad de la revolución venezolana no admite una postergación indefinida a la solución de las contradicciones fundamentales.
Es preciso descartar la posibilidad de administrar la crisis en el marco del sistema burgués por temor a su exacerbación. La tarea de la transición se resume en la necesidad de superar la crisis a través del establecimiento de la hegemonía revolucionaria.

5.- El partido de la revolución y la transición

En el marco de la transición se requiere de un partido político de vanguardia de la revolución. Pero no es cualquier partido. Tiene que ser una organización que exprese los intereses de la clase social históricamente interesada y capacitada para construir el socialismo. Tiene que ser un partido de la clase obrera.
Ese es un partido clasista porque: organiza a la clase obrera y a los trabajadores en general -su composición está determinada por esa case social-, está dotado de una ideología que expresa claramente el interés histórico de los trabajadores de sepultar al capitalismo y actúa consecuentemente de acuerdo a un programa revolucionario.
La consolidación de un partido de esas características constituye el principal proyecto político de la revolución. De hecho, no hay tarea política más urgente. Esta es una premisa indispensable para superar los principales retos de una revolución, que tiene un enemigo tan poderoso como el imperialismo y una tarea histórica tan compleja como la construcción del socialismo. No hay ningún objetivo estratégico de la revolución que se pueda alcanzar sin la presencia de ese partido. Como lo dijera Lenin: sin partido revolucionario no hay revolución.
Desde la perspectiva de la economía política, el partido se encuentra involucrado en un complejo y multifacético conjunto de relaciones en el marco de la transición, dentro de lo cual es necesario resaltar dos espacios fundamentales: las masas populares, por una parte, el Estado y las instituciones, por la otra.
Si partimos de que la revolución es una obra de las masas populares y de que su actuación exitosa exige un elevado grado de conciencia, claridad y organización, lo más lógico es dotarlas de una vanguardia que las guíe y organice. No las sustituye, sino que las dirige y articula. Sin una organización de vanguardia, como lo demuestra la historia, el accionar de las masas se pierde en la espontaneidad.
Además, el estrecho nexo con las masas populares es indispensable para interpretarlas correctamente, para convertirse en expresión de sus intereses. Sólo así tendrá el prestigio, la autoridad y la vinculación orgánica para dirigirlas. De hecho, el partido de la revolución es parte del pueblo trabajador, su más avanzada expresión política. El partido revolucionario de masas, que no es otra cosa que las masas trabajadoras conscientes y organizadas para dirigir la revolución, establece una estrecha relación orgánica con el pueblo. Un partido alejado de las masas pierde su carácter revolucionario.
Ya lo decía Lenin con notable claridad:
“…Si no queremos ser un partido de masas solamente de palabra, debemos incorporar a la participación en todos los asuntos del partido a masas cada vez más amplias, elevándolas constantemente de la indiferencia política a la protesta y a la lucha, del espíritu general de protesta a la identificación conciente con las ideas socialistas, de la identificación con estas ideas al apoyo del movimiento, del apoyo del movimiento a la participación organizada dentro del partido”.[8]

En ese orden de ideas, el PSUV tiene una tarea de vital importancia para nuestra revolución: lograr la unidad de la clase obrera en torno a sus componentes clasistas, elevar su grado de organización y crear una verdadera conciencia revolucionaria en su seno. Esto constituye una garantía para la profundización de la revolución, así como también para el fortalecimiento del partido, pues el partido jamás podrá desarrollarse plenamente sin el sujeto social que justifica su existencia. Sin la unidad y el despertar político de la clase obrera, nuestra revolución se estancará.
La profundización de la revolución genera el máximo despliegue de la lucha de clases, de la confrontación histórica de los intereses antagónicos que impulsan y se oponen a la revolución. La tensión máxima de esa lucha reclama la activación eficiente de la vanguardia revolucionaria que dirige a los obreros y al bloque histórico que ellos encabezan.
Otra de las tareas fundamentales de este partido es la construcción de un Estado popular, democrático y revolucionario, lo cual dependerá esencialmente de la creciente participación de las masas trabajadoras.
Esto significa que el partido no puede ser un muro de contención para los cambios, elemento que se observa cuando el partido es construido desde el Estado existente y se le imponen los intereses de estructuras inservibles para la revolución. Esa nefasta práctica convierte al partido en un mecanismo para gobernar bajo los viejos patrones y en función de los intereses que queremos enterrar.
Sólo un partido enfrentado a la lógica del Estado decadente, permitirá el desarrollo de una política revolucionaria. El gobierno revolucionario es aquel que se pone al servicio del pueblo. No sólo refleja los intereses populares en sus decisiones, sino que se transforma en instrumento para el autogobierno. Para ello, el partido debe convertirse en la dirección política del gobierno.
No se niega que en proceso de construcción del poder popular, el Estado heredado del pasado y sus órganos, especialmente el gobierno, dirigidos por fuerzas revolucionarias tienen que jugar el rol de facilitadores, pero no más que eso. Estas no sirven para dirigir el proceso revolucionario y, mucho menos, para construir el socialismo. Las estructuras del actual Estado, en cuyo seno se desarrolla una intensa pugna histórica entre las fuerzas sociales que encarnan el capitalismo y el socialismo, obviamente, no fueron diseñadas para la revolución, por lo que un mayor protagonismo de su parte limitará a las masas populares en el ejercicio de su rol como fuerza motriz de la revolución.
En resumen, las tareas de la transición se encuentran altamente condicionadas por la correlación de fuerzas políticas, por la organización popular y por la posibilidad real del Estado de facilitar esos cambios, todo lo cual, a su vez, depende de la eficiencia política del partido como vanguardia de la revolución. Quién, sino el partido, puede organizar a las masas en el poder popular, puede trasladar el poder político al pueblo, puede organizar a los trabajadores para desarrollar las relaciones de producción socialistas, puede impulsar la revolución cultural. En cada una de esas tareas se sintetiza la pugna histórica de lo nuevo contra lo viejo y en ellas se le asigna al partido un rol de extraordinaria importancia.

6.- Estructura de clases en la transición
Lenin definía las clases sociales como:
"…grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran frente a los medios de producción (relaciones que las leyes fijan y consagran), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, por consiguiente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de la riqueza social de que disponen. Las clases sociales son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse del trabajo del otro por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social".[9]

A partir de esta definición, se observa una creciente polarización de la estructura social en el capitalismo en las dos clases sociales fundamentales: la burguesía y los obreros, las cuales son complementadas por otras clases y sectores de menor importancia.
La burguesía posee los medios de producción y, por lo tanto, detenta el poder económico, ejerce la hegemonía política y la dominación ideológica. La burguesía conduce al sistema de acuerdo con la lógica de la maximización de la ganancia y la concentración de poder.
Por su parte los obreros y, en general, los trabajadores asalariados se ven obligados a vender su fuerza de trabajo por un salario y producen la ganancia, que se apropia el capitalista. Esa relación de explotación no sólo revela la condición de explotación de los obreros, sino que también determina la contradicción irreconciliable entre estas dos clases sociales. Esa es la característica fundamental de la dinámica social del sistema
Del desarrollo económico y los cambios en las relaciones de propiedad inherentes a la transición emana una estructura de clases con interrelaciones propias de ese período.
La clase obrera, en alianza con el resto de los trabajadores, se convierte en la clase dominante. La conquista del poder político, su crecimiento numérico sobre la base de la industrialización socialista, su nuevo rol de propietario socialista de los medios de producción en las diversas modalidades, su desarrollo ideológico, entre otros, crean las condiciones para alcanzar la hegemonía.
Como contrapartida a la nueva posición de la clase obrera, la burguesía comienza a perder peso en lo económico, mientras que su poder político es drásticamente reducido. Al comienzo de la transición, las relaciones capitalistas de producción son aún las dominantes, pero van perdiendo terreno progresivamente. Estas van siendo sometidas y supeditadas al funcionamiento de la economía socialista en expansión, a sus intereses y a sus métodos de gestión, dirección y control.
El desplazamiento de las estructuras del poder burgués y la profundización de la estrategia de transformación socialista -dos caras de la misma moneda- trae como consecuencia la agudización de la lucha de clases. Esa es una ley de la transición. Se agudizan los conflictos sociales en la medida en que son triturados la estructura de dominación y los privilegios de la burguesía. La exacerbación es creciente y el desenlace de ese proceso lo determinará un conjunto de condiciones objetivas y subjetivas, nacionales y externas que, en líneas generales, se sintetiza en la correlación de fuerzas.
Por otra parte, el Estado de la transición tendrá como prioridad objetiva el desarrollo de la sociedad bajo las condiciones socialistas, pero mientras la economía socialista no pueda asumir el peso fundamental del desarrollo nacional, no podrá ignorar el desempeño del sector privado. Esto es de crucial importancia, ya que el sector capitalista de la economía convivirá por largo tiempo con el socialista.
Es preciso explicar que si bien el Estado no fomentará el desarrollo capitalista, tendrá que considerar la presencia del sector privado en el diseño de las políticas públicas. La escasa probabilidad de que la burguesía se convierta en una clase social con vocación productiva, dejando atrás su rasgo eminentemente parasitario, demanda la máxima aceleración del modelo económico socialista.
El campesinado, por su parte, se beneficia con la democratización en la tenencia de la tierra como resultado de la revolución agraria. Esta es una clase social no muy numerosa, pero de importancia para los cambios en el campo, por lo que la clase obrera establece con ella una alianza estratégica basada en objetivos anticapitalistas. En este contexto, progresivamente se activan procesos que apuntan a la colectivización.
La pequeña burguesía mantendrá sus ambivalencias. Un sector minoritario de ella estará al alcance de las alianzas con las masas trabajadoras en contra del capital foráneo y del capital monopolista, en general, en virtud de los impactos que sobre sus intereses tienen las estrategias del gran capital. Sin embargo, en la medida en que se perfile el contenido socialista de nuestro proceso, se deslindará de la estrategia revolucionaria por el temor que se genera sobre la propiedad capitalista.
Entre tanto, las capas medias, específicamente la intelectualidad y los profesionales, mantendrán las ambigüedades que las caracterizan. Receptoras de la ofensiva ideológica de la burguesía financiera en contra del socialismo, asumirán mayoritariamente posiciones favorables al viejo sistema. Formada para sustentar al capitalismo, sus posiciones estarán dominadas por la inclaudicable pretensión de enrolar las filas de la burguesía, de ascender en su estatus social, de ubicarse en las posiciones de quienes los someten a la explotación, a pesar de que el proceso social los proletariza.
No obstante, su actitud se irá modificando y se acercará a la propuesta socialista, en la medida en que los futuros profesionales y académicos provengan en forma creciente de los sectores populares.[10]
En resumen, la dinámica de las contradicciones de clases durante la transición obedece tanto a la existencia de relaciones capitalista, así como a su restricción a raíz del despliegue de las relaciones de producción socialistas. Se trata de la coexistencia de dos sistemas antagónicos, de cuyo seno se produce una tendencia socialista ascendente, la cual está llamada a romper la lógica capitalista.
Sin embargo, no hay garantía absoluta para su imposición definitiva. De hecho, mientras existan formas de propiedad capitalistas, incluyendo la transnacional, éstas actuarán en procura de la difusión del régimen burgués.[11] En contra de esta tendencia actuarán las fuerzas que propulsan la revolución con la clase obrera a la vanguardia, activando procesos y cambios que propagan los rasgos esenciales del socialismo.

7.- La misión histórica de la clase obrera
La clase obrera es una clase social que experimenta agudos sufrimientos y desgracias en un sistema basado en la explotación del hombre por el hombre. Sus angustias se multiplican en las crisis económicas, con la expoliación de las corporaciones transnacionales, durante las guerras, etc. Aporta la energía para la generación de la riqueza, pero es excluida de su pleno disfrute, es condenada a un proceso de alienación y a un pleno sometimiento social.
Sin embargo, no es solo eso lo que caracteriza a la clase obrera. La clase obrera es sobre todo una clase que lucha, una clase que se encuentra involucrada en un antagonismo histórico con la burguesía.
La condición asalariada de la clase obrera es lo que determina su situación social, pero también define su capacidad transformadora. El sencillo hecho de que los obreros no disponen de otros medios para su subsistencia que su propia fuerza de trabajo y que están obligados a venderla a cambio de un salario, los convierte en una mercancía. La riqueza que genera el trabajo subordinado y alienado es apropiada por el capital. El trabajo asalariado es la característica fundamental de la case obrera.
Para suprimir la esclavitud asalariada -esa dependencia y sumisión que se reproduce a escala ampliada con la expansión del capitalismo- se exige la erradicación del sistema. En ello consiste precisamente parte de la misión histórica de la clase obrera.
La base material del capitalismo y, por lo tanto, de la explotación asalariada, son las relaciones de propiedad capitalistas sobre los medios de producción. Ello explica que, para liberarse de la explotación, los trabajadores deben suprimir la propiedad capitalista y el capitalismo como un todo, que es precisamente lo que sustenta la división de la sociedad en explotadores y opresores, por un lado, explotados y oprimidos, por el otro.
Sólo la clase obrera puede cumplir con esa tarea, pues al generar la ganancia apropiada por el capitalista y al imprimirle vitalidad al sistema a través del trabajo, se convierte en la única clase social que al detenerse frena el funcionamiento del sistema.
Es la única clase social explotada que se desarrolla con el despliegue del capitalismo, crece y se concentra con el desarrollo del capitalismo. Esto significa que el desarrollo del capitalismo no sólo permite el enriquecimiento escandaloso de los poderosos, sino que crea el sujeto social para su destrucción.
Es la única clase social desprovista de cualquier propiedad sobre los medios de producción y que no tiene ningún interés objetivo en poseerlos para explotar a otras clases, es decir, no tiene nada que perder, como leemos en el Manifiesto del Partido Comunista:

“Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!”[12]

Es la única clase social que a partir de sus intereses puede fundamentar un orden social basado en la solidaridad, cooperación, humanismo y justicia social. Fue el gigantesco aporte de Marx lo que permitió fundamentar científicamente la misión histórica de los trabajadores a partir del análisis del sistema capitalista y la explotación asalariada. Fue con Marx y Engels que el socialismo dejó de ser una utopía para convertirse en ciencia.
Pero la misión histórica de la clase obrera no sólo radica en la abolición del capitalismo. Esta es la primera parte y la menos compleja de su misión. Además de enterrar al capitalismo, la clase obrera está llamada a conducir la construcción de una sociedad socialista, antesala de la desaparición de las clases sociales, culminación histórica de las luchas por la emancipación de los oprimidos a lo largo de la humanidad.

“La clase obrera se plantea grandiosos objetivos, de envergadura histórica universal: liberar a la humanidad de todas las formas de opresión y explotación del hombre por el hombre, en todo el mundo y desde hace ya muchas décadas, persigue con tenacidad estos objetivos, extendiendo incesantemente su lucha y organizándose en partidos de masas…”.[13]

8.- Clase obrera, lucha de clases y revolución
Solo a través de la lucha de clases podrá la clase obrera cumplir con su misión histórica. Ha sido esa lucha precisamente el motor que ha impulsado los cambios históricos de la humanidad.
Esta lucha se desarrolla en el capitalismo, básicamente, en tres grandes campos. En primer lugar tenemos la lucha económica. A través de ella, los trabajadores pugnan por reivindicaciones materiales, por conquistar mejoras en sus condiciones de vida. Es la más antigua de las formas de lucha de los trabajadores, así como la más elemental. Para llegar allí, los trabajadores no requieren de un elevado nivel de conciencia. Es la reacción más intuitiva ante la explotación: organizarse, fundamentalmente en sindicatos, para impedir ser arrollados por la voracidad del capital.
A partir de estas luchas la clase obrera entiende que en el capitalismo nada se puede conquistar sin el combate y que esta requiere de organización, firmeza y un sólido soporte político para consolidar las reivindicaciones. Es la fase previa para comprender la necesidad de trascender a formas superiores de lucha, como la política e ideológica.
Ahora bien, en la transición, la lucha económica de la clase obrera adquiere una dimensión muy superior. Ya en el ejercicio del poder político, la lucha económica de los trabajadores está dirigida a la organización de la economía socialista, a asumir la dirección del proceso económico como propietarios socialistas de los medios de producción. El salto cualitativo que se demanda de la clase obrera en materia organizativa, política e ideológica es colosal.
En segundo lugar, la lucha de la clase obrera se produce en el campo político. En el capitalismo se persigue una correlación de fuerzas sociales que le abra camino a la conquista del poder político. Basándose en las diferentes formas de lucha: democrática, armada, clandestina, etc., la estrategia de las masas trabajadoras tiene el propósito de acumular fuerzas para dar el salto cualitativo y apoderarse del aparato estatal burgués.
Esto no es tarea exclusiva de la clase obrera. Sobre todo en países de la periferia imperialista, se conforma un bloque histórico de sectores dominados y explotados por los monopolios, conformado por intelectuales, campesinos, pequeños empresarios, sectores nacionalistas de la burguesía, entre otros, y dirigido política e ideológicamente por la clase obrera
En la fase de la transición, los revolucionarios avanzan en la construcción de un nuevo Estado: uno de carácter popular, democrático y revolucionario. La esencia de ese Estado es el poder popular, construido por las masas trabajadores desde las mismas bases de la sociedad.
La intensidad de la lucha política se acrecienta en la medida en que se profundiza la revolución, especialmente en el marco de la creación de nuevas relaciones de producción. Para acelerar este proceso, la clase obrera se empina desde las nuevas estructuras de poder político, el nuevo Estado revolucionario.
La agudización de las contradicciones reclama el mayor esfuerzo de la clase obrera y de todo el bloque histórico que participa en la transición al socialismo.
En ese sentido, una tarea medular de las luchas políticas consiste en la defensa de la revolución. Debemos tener presente que una revolución incapaz de defenderse pierde el derecho a existir.
Como podemos observar, sin éxito en este campo de la lucha no se podrá contar con la premisa básica para iniciar la transición: ejercer el poder político.
Para ello, la clase obrera debe organizarse en el seno de su partido de vanguardia, guía y organizador de sus luchas. Como lo demuestra la historia, sin la existencia de este partido, la lucha de clases se estanca y los trabajadores no tienen posibilidad de materializar su programa socialista.
Por último, pero no menos importante, tenemos la lucha ideológica. Aquí la organización política de los obreros desata una intensa batalla por la conquista de la conciencia de los trabajadores.
Un postulado esencial del materialismo histórico nos indica que la conciencia social está determinada por el ser social. Es decir, los trabajadores, explotados en el capitalismo, deberían reflejar esa situación en su conciencia y, por consiguiente, en su accionar. Deberían rebelarse ante ese mundo de injusticias y promover su transformación. Sin embargo, esto no ocurre. Nos enseña Marx que en toda sociedad, la ideología dominante es la ideología de la clase dominante.
A través de diversos mecanismos, entre los cuales destacan la educación, los medios de comunicación y la religión, la conciencia de la clase obrera es permeada por ideologías que no solo le son extrañas, sino que se encuentran en abierta contradicción con sus intereses históricos. Los trabajadores asumen como suya la ideología del capital.
El objetivo de la lucha ideológica consiste justamente en revertir esa situación. Esta es sin duda la tarea más compleja de la revolución. Se tiene que romper con la hegemonía ideológica, deslastrar a la población de una mentalidad burguesa. Se tienen que desterrar los principios y valores típicos del capitalismo: el individualismo, el afán de lucro, el egoísmo, el consumismo, entre muchos otros, con los que la población está ampliamente consustanciada y los acepta como absolutamente normales.
Impulsar la ideología de la clase obrera basada en la solidaridad, la cooperación, el interés colectivo, la justicia, la igualdad, en la lucha por sus intereses, así como la ética socialista, es una tarea fundamental para la conquista del poder político.
La mayoría del pueblo trabajador debe entender que esos valores y principios, expresados en los intereses de la clase obrera, le ofrecen a la sociedad la base para garantizar justicia e igualdad a una mayoría. Esto permite acumular fuerza y conformar una mayoría capaz de alcanzar el poder político.
Este objetivo cobra una relevancia infinitamente superior en la transición. Ya no se trata de un apoyo limitado, en algunos casos pasivo y circunstancial, a un proyecto político; ahora nos referimos a la actuación creadora de las masas que no actúan inconsciente o espontáneamente, sino de forma muy consciente, guiadas por sus convicciones. Aquí, nuevamente, el partido de la clase obrera juega un papel estelar.
Un rasgo fundamental de la lucha de la clase obrera radica en su carácter internacionalista. Con el arribo del capitalismo a su fase imperialista, el capital se internacionaliza como nunca antes, se convierte en un fenómeno universal, lo que reclama de los trabajadores del mundo una plataforma de lucha internacional para derrotarlo. Las corporaciones transnacionales se expanden por todos los continentes, lo cual se acelera en el marco de la gobernabilidad neoliberal, constituyéndose en un factor fundamental de dominación planetaria. El imperialismo se erige como el principal enemigo de la humanidad, todo lo cual reclama la articulación mundial de las fuerzas revolucionarias y progresistas.
Este principio se expresa claramente en la revolución bolivariana, que por su forma es una revolución nacional, pero por su contenido y proyección es de claro carácter internacional. Nuestra revolución tiene como tarea fundamental superar la dominación imperialista, tiene aliados internacionales, tiene la obligación moral y política de ayudar a otros pueblos del mundo y, sobre todo, nunca tendrá éxito si no se abre un frente de batalla internacional amplio y poderoso para derrotar al imperialismo. El desarrollo de la revolución venezolana no será tarea sólo de los venezolanos ni dependerá exclusivamente de nuestro esfuerzo ni se detendrá en las fronteras nacionales. La lucha de clases es por lo tanto, esencialmente una lucha de carácter internacional que, como decíamos anteriormente, debe dirigir la clase obrera.
En ese sentido, Lenin nos decía:
"Nunca nos hemos hecho ilusiones de que las fuerzas del proletariado y el pueblo revolucionario en un solo país, independientemente de lo heroicos, organizados y disciplinados que pudieran ser, podrían derrocar al imperialismo internacional. Eso sólo se puede hacer con los esfuerzos conjuntos de los obreros del mundo (...) Nunca nos engañamos pensando que se podría hacer con los esfuerzos de un solo país. Sabíamos que nuestros esfuerzos llevaban inevitablemente a una revolución mundial, que la guerra desatada por los gobiernos imperialistas no se podía detener con los esfuerzos de esos mismos gobiernos. Sólo se puede detener mediante los esfuerzos de los obreros; y cuando llegamos al poder, nuestra tarea (...) era la de mantener ese poder, esa antorcha del socialismo, de tal manera que extendiese tantas chispas como fuera posible para aumentar las llamas crecientes de la revolución socialista". [14]

A la luz de todo lo expuesto podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que uno de los principales obstáculos para un desarrollo más acelerado de las transformaciones sociales en el país descansa en la debilidad organizativa, política e ideológica de la clase obrera, incapaz de cumplir en la actualidad con su rol de principal fuerza motriz del progreso social.
La clase obrera venezolana jugó un papel de excepcional importancia en los principales episodios de la historia venezolana del siglo XX. Eso fue así durante la histórica huelga petrolera del año 1936, primera confrontación del pueblo venezolano contra el imperialismo, durante la resistencia antigomecista, la gran huelga petrolera de 1950 y las luchas que desembocaron en el derrocamiento de la dictadura perezjimenista en 1958, por solo citar algunos hechos. La democracia y las conquistas sociales se encuentran muy estrechamente vinculadas a sus luchas.
Sin embrago, la clase obrera fue dividida por el imperialismo y sus operadores locales, quienes comprendieron perfectamente que así se limita su potencial revolucionario. La consolidación de las políticas reformistas en las posiciones del sector mayoritario del movimiento obrero organizado en la CTV, terminó de colocarlo al servicio del capital en las décadas de los 70, 80 y 90. En eso consistió precisamente la estrategia del régimen puntofijista para neutralizar al movimiento obrero.
Entendemos perfectamente que solo la clase obrera unida y consciente podrá llevar a cabo la construcción del socialismo en Venezuela. Sin duda, es una tarea compleja en razón del fraccionamiento del movimiento obrero y de su bajo nivel político e ideológico, pero es imprescindible unirla y elevar su conciencia para que asuma la vanguardia de la revolución. La conquista del poder político para construir un Estado democrático y revolucionario, la lucha en contra del imperialismo por la soberanía plena, la transformación de las relaciones de producción, etc., no podrá lograrse jamás sin una estrategia dirigida por la clase obrera y su partido de vanguardia.




9.- Capitalismo de Estado y propiedad socialista
En el marco de la amplia discusión que se ha desatado en torno al papel del Estado en la transición, se percibe una tremenda confusión en relación con el término capitalismo de Estado.
En el capitalismo, la intervención del Estado es el resultado de un reacomodo estructural impuesto en la fase monopolista de su desarrollo. La agudización de las contradicciones capitalistas, expresadas en forma dramática durante la Gran Depresión (1929-1933), hizo necesaria su presencia para garantizar la regulación económica. A esta constelación es a la que tradicionalmente se denomina capitalismo de Estado: Un Estado capitalista interviniendo directamente en una economía basada en el poder del capital.
Ahora bien, no todo sistema económico con intervención estatal tiene que ser identificado con lo arriba descrito ni muchos menos asociarse con sus implicaciones.
Por ejemplo, en la fase de transición al socialismo, Lenin acuñó el concepto de capitalismo de Estado a una situación totalmente diferente. Se trataba de un contexto en el cual el Estado revolucionario, de creciente participación de las masas proletarias, le cede temporalmente al capital privado -nacional o foráneo- los derechos de explotación de recursos naturales y la posibilidad de participar en determinados sectores de la economía, siempre bajo la dirección y el control del Estado revolucionario y sólo cuando este último no esté en capacidad de hacerlo directamente. Paralelamente a ello, el Estado bolchevique asumía la dirección de las empresas estratégicas y la enorme responsabilidad de impulsar la economía socialista.
Lenin definió esta situación como la antesala al socialismo, debido a que este mecanismo estimulaba el desarrollo de las fuerzas productivas y, con ello, maduraba las condiciones para acelerar el tránsito al socialismo. Además preparaba a los trabajadores para asumir definitivamente la dirección del proceso económico.
En cuanto al protagonismo económico del Estado venezolano, este no se puede definir aún como socialista, pero tampoco es el típico capitalismo de Estado. Se vienen desarrollando cambios en el seno del Estado en medio de una intensa lucha de clases, que se traduce en un Estado que ha abandonado su condición plenamente capitalista y que ya no ejerce su dominación sobre el pueblo para enriquecer a una élite burguesa.
En ese sentido, el Estado asume funciones de dirección en la estrategia de desarrollo económico, así como en la administración directa de las empresas más importantes del país, a las cuales se le irán imprimiendo los rasgos socialistas, en la medida en que avance su transformación en un Estado socialista. Ese Estado definirá la forma de organización de la economía y el empleo de la riqueza generada en función de los intereses del pueblo. Este es precisamente uno de los objetivos centrales de la transición.
De cara al futuro, es preciso puntualizar que la propiedad socialista no es otra cosa que la sociedad ejerciendo la propiedad sobre los medios de producción. En razón de que el Estado en el socialismo no es otra cosa que una estructura de poder “diluida” en la sociedad y al servicio de ésta, es ese Estado quien sirve de plataforma para organizarla y atender los asuntos económicos estratégicos.
Aquí, el protagonismo estatal en la economía no implica la presencia del capitalismo de Estado, pues las bases sobre las que se erige el Estado y las relaciones de producción son de carácter socialista o al menos, mutan en esa dirección.
Cuando en 1917 Lenin lanzó la consigna de “Todo el poder a los soviets”, se refería a la necesidad de que los trabajadores asumieran el poder sobre la base de nuevas estructuras de organización, propias de las realidades de la Rusia zarista. Utilizar las desviaciones ocurridas posteriormente, así como el amargo desenlace del socialismo europeo, para negar el rol del Estado en el socialismo, es cerrar los ojos ante las realidades, volver a las utopías.
Si no comprendemos esa diferencia sustancial del Estado en el capitalismo, en la transición y en el socialismo, no estaremos ni siquiera en capacidad de comprender las razones impostergables de suprimir el actual Estado burgués y sustituirlo por uno socialista. Naufragaremos irremediablemente en un mar de anarquía.
Asimismo, debemos aprender de los errores del pasado y construir un Estado de profundo carácter democrático, participativo, eficiente. De lo contrario, se revertirán los avances alcanzados y reproduciremos inevitablemente relaciones capitalistas de explotación.



10.- La propiedad socialista en la transición
El avance de la revolución y la necesidad de sustituir al capitalismo sumergido en una profunda crisis, hace imprescindible expandir y fortalecer formas socialistas de propiedad sobre los medios de producción. Esto es la parte medular de los cambios en el contexto de la transición al socialismo.
El capitalismo, fundamentado en la propiedad privada sobre los medios de producción –y en la exclusión de la inmensa mayoría de la población de dicha propiedad- y propulsado por la maximización de la ganancia, arroja un angustioso registro de destrucciones: los equilibrios básicos de la naturaleza que garantizan nuestra supervivencia son erosionados en forma progresiva y alarmante; se acrecientan los contrastes entre el desarrollo tecnológico y la exclusión social; la ganancia, como motivación vital del sistema, genera una ética que justifica una terrible descomposición social, que en nada cambian las tímidas iniciativas de la llamada “responsabilidad social del empresario” que impulsan altruistas solitarios.
Ante esa situación planteamos la necesidad de expandir y fortalecer formas socialistas de propiedad sobre los medios de producción. Proponemos un sistema de igualdad social, donde el pueblo organizado participe protagónicamente en el proceso económico, decidiendo en torno a la administración de los recursos, la organización de la producción, la planificación del proceso económico y el disfrute de la riqueza generada. En este modelo son las mayorías quienes, dotadas de facultades impensables en el capitalismo, imponen sus intereses.
Pues bien, ese noble propósito ha servido de base para una inclemente tergiversación del verdadero objetivo del socialismo.
Se nos acusa de pretender expropiar indiscriminadamente a los propietarios, cuando de lo que se trata es de expropiar a los expropiadores, a los capitalistas, es decir, a quienes han excluido a la inmensa mayoría de la sociedad de la posibilidad de ejercer la propiedad sobre los medios de producción, a quienes han establecido un monopolio sobre los medios de producción.
De hecho, el capitalismo convierte la propiedad sobre los medios de producción en el privilegio de una reducida élite que se enriquece de manera grosera a costa del trabajo de toda la sociedad. Incluso, buena parte de la propiedad capitalista sobre los medios de producción fue adquirida a través de prácticas mafiosas y los imperios empresariales se han construido sobre actos criminales, perversiones morales, pobreza y miseria de los pueblos del mundo. Sin embargo, la propiedad privada sobre los medios de producción se nos vende como un derecho intocable, natural.
Marx describe la tendencia histórica de la acumulación del capital de la siguiente forma:
"La expropiación del productor directo se lleva a cabo con el más despiadado vandalismo y bajo el acicate de las pasiones más infames, más sucias, más mezquinas y más desenfrenadas. La propiedad privada, fruto del propio trabajo [del campesino y del artesano], basada, por decirlo así, en la compenetración del obrero individual e independiente con sus instrumentos y medios de trabajo, es desplazada por la propiedad privada capitalista, basada en la explotación de la fuerza de trabajo ajena, aunque formalmente libre [. . .]. Ahora ya no se trata de expropiar al trabajador dueño de una economía independiente, sino de expropiar al capitalista explotador de numerosos obreros. Esta expropiación la lleva a cabo el juego de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista, la centralización de los capitales. Un capitalista derrota a otros muchos. Paralelamente con esta centralización del capital o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla en una escala cada vez mayor la forma cooperativa del proceso de trabajo, la aplicación técnica consciente de la ciencia, la explotación planificada de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo utilizables sólo colectivamente, la economía de todos los medios de producción al ser empleados como medios de producción de un trabajo combinado, social, la absorción de todos los países por la red del mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen capitalista. Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan todos los beneficios de este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, de la opresión, del esclavizamiento, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase obrera, que es aleccionada, unificada y organizada por el mecanismo del propio proceso capitalista de producción. El monopolio del capital se convierte en grillete del modo de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que son ya incompatibles con su envoltura capitalista. Esta envoltura estalla. Suena la hora de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados".[15]

Se nos acusa de pretender abolir todo tipo de propiedad, persiguiendo con ello no sólo la resistencia de los desposeídos en relación con una decisión que los beneficia desde todo punto de vista, sino de poner a los explotados y oprimidos, insólitamente, del lado de sus explotadores.
Con la socialización de los medios de producción, queremos convertir en propietarios a toda la sociedad, pero en forma colectiva. A partir de ello, se crean las condiciones para distribuir en forma igualitaria el poder económico y crear las bases materiales para una activa democracia política y un régimen de verdadera justicia y libertad. Sólo bajo estas circunstancias se puede potenciar en forma generalizada la propiedad privada individual y los niveles de bienestar social. De tal manera que la socialización de los medios de producción no sólo protege la propiedad individual, sino que la potencia para toda la población.
No olvidemos que las relaciones de propiedad son las relaciones sociales más importantes. De ellas depende el poder económico, el rol por desempeñar en la división social del trabajo, la distribución del ingreso, el empleo del excedente, las condiciones sociales de vida y el poder político.
Engels lo expresa con extraordinaria precisión:
“…la gran burguesía dominante ha cumplido ya su misión histórica, de que ya no es capaz de dirigir la sociedad y se ha convertido incluso en un obstáculo para el desarrollo de la producción, como lo demuestran las crisis comerciales, sobre todo el último gran crack y la depresión de la industria en todos los países; …el proletariado (es) una clase que, por toda su situación dentro de la sociedad, sólo puede emanciparse acabando en absoluto con toda dominación de clase, todo avasallamiento y toda explotación; …las fuerzas productivas de la sociedad crecen hasta escapársele de las manos a la burguesía, sólo están esperando a que tome posesión de ellas el proletariado asociado, para crear un estado de cosas que permita a cada miembro de la sociedad participar no sólo en la producción, sino también en la distribución y en la administración de las riquezas sociales, que, mediante la dirección planificada de toda la producción, acreciente de tal modo las fuerzas productivas de la sociedad y su rendimiento, que se asegure a cada cual, en proporciones cada vez mayores, la satisfacción de todas sus necesidades razonables”.[16]

De hecho, cada relación de propiedad histórica ha estructurado sobre sus cimientos su propio aparato estatal, su propio Estado. Quienes lo han dirigido, quienes le han impreso sus intereses, han sido las clases económicamente dominantes, es decir, los propietarios de los medios de producción: Un estado esclavista dirigido por los esclavistas, uno feudal encabezado por los señores feudales, uno burgués conducido por la burguesía.
Es tarea fundamental de la transición la conformación de un sector económico basado en una propiedad socialista en proceso de construcción, que proporcione las bases materiales sobre las cuales comiencen a operar las leyes del socialismo, en especial, su ley fundamental.
En efecto, el socialismo requiere de condiciones de naturaleza económica (especialmente la propiedad socialista), además de lo político (el poder popular como esencia del Estado), lo social (la libertad de los trabajadores del yugo asalariado) y lo ético-ideológico (conciencia revolucionaria y convicción acerca de los valores socialistas), que permitan el pleno despliegue de la ley fundamental de ese sistema, que consiste en elevar el desarrollo de las fuerzas productivas en función de maximizar la satisfacción integral de las necesidades de la sociedad en general y del individuo en particular.
El sector socialista de la economía en el proceso de transición debe comprender, en primera instancia, los sectores estratégicos de la economía, léase la industria petrolera, las empresas básicas, metalúrgicas y eléctricas, las de telecomunicaciones, los monopolios, la gran banca, grandes empresas de alimentos, entre otros.
Estos sectores deben pasar a manos del Estado revolucionario o, en su defecto, a un estricto control de su parte y de los trabajadores.
Sólo la propiedad estatal sobre los medios de producción, apoyada en la planificación democrática y centralizada, permite garantizar: a) la asignación de los recursos productivos en función del desarrollo integral de la nación; b) la incorporación de los intereses del pueblo en las decisiones estratégicas; c) el ejercicio del poder de la propiedad por parte de todo el pueblo trabajador; y d) la apropiación efectiva por parte de la sociedad del excedente generado.
En este contexto, la decisión sobre el uso de los recursos disponibles no será el privilegio de los trabajadores que laboran en la empresa en cuestión, sino del pueblo trabajador que dirige al Estado socialista. La totalidad de la propiedad socialista estará bajo el control del pueblo trabajador.
Esto, por supuesto, no se encuentra exento de riesgos vinculados al burocratismo y la castración de la iniciativa del pueblo. De allí la importancia de iniciar la implementación de los principios del ejercicio de la propiedad, planificación y gestión socialista, desde la misma fase de transición.
Además de su forma estatal, la propiedad socialista puede fundamentarse en la autogestión, donde la propiedad la ejercen los trabajadores organizados de la empresa. Esta dispone de un importante nivel de autonomía, aunque no se encuentra dislocado de los mecanismos de planificación.[17] En este escenario se produce un importante estímulo a la iniciativa individual y colectiva, los niveles de participación en la gestión económica y los incentivos al incremento de la productividad son elevados.[18]
Las limitaciones de este modelo radican, básicamente, en la escasa capacitación gerencial de los trabajadores, rasgo típico de la transición, así como en el escaso desarrollo de los mecanismos de planificación socialista.
Una tercera variante de propiedad socialista es la propiedad comunal. Esta tiene un carácter colectivo y es ejercida por la población de un territorio delimitado por la Comuna en estrecha interacción con el Estado.[19]
En síntesis, la forma de organización de la propiedad estará determinada por el nivel de socialización alcanzado por las fuerzas productivas, la dimensión alcanzada por el sector socialista de la economía y el desarrollo político y técnico de los trabajadores.
Por último, la propuesta de propiedad social en la transición no excluye la existencia de empresas privadas. Por supuesto, habrá espacio para las ganancias, pero siempre dentro de los parámetros de la racionalidad. Las empresas privadas podrán desarrollar sus negocios, siempre y cuando se sometan a las condiciones y estrategias establecidas en el nuevo rumbo socialista.
El sector socialista, por su parte, tendrá que convivir y competir con el sector privado. Estará obligado a demostrar su superioridad en eficiencia y calidad.
En cuanto a las corporaciones transnacionales, se descarta cualquier posibilidad de entrar en la nefasta competencia que lleva a cabo la mayoría de las naciones subdesarrolladas para captar capital extranjero sobre la base de desregulaciones y ventajas de toda naturaleza, que hacen más atractiva la inversión sin importar las consecuencias laborales, ambientales, sociales, financieras y económicas que esto trae consigo. Ello implica el sometimiento del capital extranjero a estrictos controles y regulaciones en el marco de los nuevos objetivos estratégicos de desarrollo.[20]

11.- El desarrollo económico, tarea fundamental de la transición
En el período de transición es de vital importancia la reconstrucción económica del país. No sería exagerado afirmar que es en ese campo donde se libra una de las batallas más cruciales de la actualidad.
La expresión de Lenin al respecto es ilustrativa:
“El comunismo es el poder soviético más la electrificación de todo el país. De otro modo, Rusia seguirá siendo un país de pequeños campesinos. Somos más débiles que el capitalismo, no sólo a escala internacional, sino también dentro del país. Todos lo saben. Así lo hemos comprendido y lograremos que la base económica se transforme de una base de pequeños campesinos, en una base apuntalada por la gran industria. Únicamente cuando el país esté electrificado, cuando la industria, la agricultura y el transporte sean dotados de la base técnica de la gran industria moderna, sólo entonces resultaremos totalmente victoriosos”.[21]

Como se comprenderá, la actividad revolucionaria en el ámbito económico está sometida a los lineamientos de la estrategia política. Las tareas económicas se hacen inviables en ausencia de condiciones políticas e ideológicas como: a) la superación de la dominación ideológica burguesa; b) la profundización de la democracia y el poder popular; c) el desarrollo de la clase obrera; d) la existencia de un partido revolucionario de vanguardia; e) la edificación de las instituciones requeridas para el funcionamiento del Estado socialista, entre otras.
Las transformaciones económicas son impostergables. Nuestra economía tiene un carácter capitalista, rentista y dependiente. Descansa aún sobre una estructura enferma que hace insostenible el desarrollo. Esta se puede caracterizar por los siguientes rasgos:
a) Un aparato productivo escasamente desarrollado, atraso tecnológico y de tremendas distorsiones estructurales.
b) Dependencia de los centros imperialistas.
c) Adicción a los ingresos petroleros.
d) Distribución crecientemente inequitativa del ingreso.
e) Empresarios privados parasitarios, altamente especulativos, dependientes del capital foráneo y con alta concentración de poder y riqueza.
f) Vulnerabilidad extrema ante factores externos.
g) Un Estado aquejado por rasgos heredados del pasado como: hipertrofia, ineficiencia, arruinado por la voracidad del capital local y foráneo.
h) Mecanismo de reciclaje de petrodólares.
Esto trae como consecuencia innumerables embudos que entraban el despliegue económico: ausencia de divisas para adquirir las enormes importaciones; severo impacto fiscal ante descenso de los precios petroleros; volatilidad externa y fragilidad funcional resultado del carácter petrolero de la economía; inflación crónica debido a la especulación, el rentismo y el atraso del aparato productivo; escasa competitividad para la diversificación de las exportaciones; bajísima producción agrícola y desabastecimiento del mercado doméstico; fuerza de trabajo escasamente capacitada; inversiones privadas muy bajas para impulsar el desarrollo; incapacidad de crear puestos de trabajo de calidad; tendencia a la apreciación de la tasa de cambio; entre muchos otros.
A la luz de la grave crisis económica a finales de los años 80, se planteó la necesidad de sustituir este modelo de desarrollo por uno neoliberal impuesto por el Fondo Monetario Internacional. Apuntalado por medidas como la privatización de empresas públicas, devaluación de la moneda, liberación de precios, restricción del rol del Estado en la economía, apertura comercial, liberalización de los mercados financieros, entre otras, se agudizaron las contradicciones económicas, sociales y políticas del país.
La llamada teoría de la modernización no era más que un intento para reproducir el modelo basado en la iniciativa privada y el libre mercado, en un contexto de globalización creciente de la economía y, por lo tanto, de hegemonía absoluta del capital financiero transnacional.
El remedio neoliberal exacerbó la crisis. El colapso de ese modelo estuvo determinado por la sobreexplotación imperialista de nuestras riquezas, lo que agravó la insuficiencia de los recursos petroleros para satisfacer la apetencia de concentración parasitaria de riqueza por parte del capital, así como el consumismo desbordado.
Fue solo a partir de la nueva correlación de fuerzas surgida en el año 1998, que se comienza a configurar la posibilidad de instrumentar una nueva concepción de desarrollo económico, que se podría definir como de transición del rentismo y la dependencia a una economía productiva de orientación socialista.
La transición al socialismo depende en un elevadísimo grado de nuestra capacidad para impulsar cambios económicos radicales que eleven sustancialmente el nivel de desarrollo del país. El socialismo no se podrá construir sobre la base del atraso. Es una organización social que exige un elevado desarrollo, en virtud de la necesidad de incrementar la calidad de vida de la población, lograr la soberanía económica, superar el rentismo, financiar una elevada tasa de inversión y cumplir con los requerimientos de la defensa.
Entre las tareas más relevantes que se desprenden de la transformación económica en la fase de la transición se cuentan:
- la creación del sector socialista de la economía;
- la sustitución de la economía rentista por una productiva;
- la industrialización sobre la base de relaciones de producción socialistas, con los trabajadores como principales sujetos sociales;
- el desarrollo técnico, cultural y político del hombre y la mujer como principales fuerzas productivas de la sociedad;
- la revolución agraria en función de la soberanía y seguridad alimentaria, así como la transformación de las relaciones de propiedad en el campo;
- la introducción de elementos de planificación económica y la gestión socialista;
- el estímulo a la integración económica latinoamericana y caribeña.
En este contexto, debemos tomar nota de los errores cometidos en las pasadas experiencias socialistas, cuyo fracaso descansa, en buena medida, en la creciente brecha entre el elevado dinamismo exigido al desarrollo económico para acometer los enormes retos planteados al socialismo y el grado real de desarrollo alcanzado.
Es indispensable refutar en la práctica la tesis, según la cual, en el socialismo se produce indefectiblemente una contradicción entre la justicia social y la eficiencia económica.
Lenin nos advertía que un atraso permanente de la productividad en relación con el capitalismo, condenaría al socialismo a la subordinación económica y militar y, posteriormente, lo conduciría al colapso.
De tal manera que la viabilidad del socialismo está condicionada a su capacidad productiva y eficiencia. Estamos obligados a demostrar que somos capaces, no sólo de convencer a las mayorías acerca de la necesidad de nuestro proyecto histórico y de movilizarla en función de la conquista del poder político, sino también de organizar y administrar los asuntos económicos en forma eficiente.

12.- Dependencia, imperialismo y desarrollo
Es importante destacar que además de atacar el problema social, los cambios económicos se enmarcan en la necesidad de alcanzar la soberanía nacional. En total sintonía con la actual fase antiimperialista de nuestra revolución, las transformaciones económicas basadas en el desarrollo productivo estarán operando en función del rompimiento definitivo de los mecanismos de dominación imperial y de la dependencia neocolonial.
Lenin definió el imperialismo de la siguiente manera:
“El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en la cual ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido una importancia de primer orden la exportación de capital, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de todo el territorio del mismo entre los países capitalistas más importantes”.[22]
En ese contexto, a partir del arribo de las compañías transnacionales a nuestro país con el propósito de explotar nuestros hidrocarburos, se le imprimió a la economía nacional un carácter dependiente. Esta situación moldeó una economía subordinada a los intereses y necesidades de los centros imperialistas, en especial de los EE.UU. La dinámica económica nacional responde a los impulsos de la reproducción del capital imperialista, que nos sumerge en su periferia atrasada. Ello determina nuestro rol de proveedor de hidrocarburos dentro de una división internacional del trabajo dominada por las corporaciones transnacionales y excluyente de los países más débiles.
Las limitaciones al desarrollo económico son tan severas, como variados resultan los mecanismos de dominación y explotación. Por una parte destaca la dominación tecnológica, producto del monopolio tecnológico que ejercen las corporaciones y los Estados imperialistas. Esta situación determina la creciente brecha de desarrollo a favor del llamado “primer mundo” en una era de acelerados cambios tecnológicos. Las corporaciones transnacionales en nuestras economías, lejos de concretar la transferencia tecnológica, emplean su superioridad en este campo para consolidar la dominación económica.
Por otra parte, se produce una voluminosa succión de recursos por la vía financiera. En nuestro caso se trata del reciclaje de petrodólares, que caracteriza un proceso de fuga masiva de los recursos previamente ingresados por la vía de la exportación petrolera. Ese reciclaje de petrodólares convive, de manera insólita, con una crónica dependencia de los recursos financieros provenientes del endeudamiento externo -que constituye un mecanismo asfixiante de extracción de recursos por concepto del pago del servicio de la deuda- y de otras formas de capital extranjero.
Asimismo, la hipertrofia financiera de la economía globalizada evidencia claramente el carácter parasitario del capitalismo. Se especula con astronómicas sumas de dinero, causando gravísimos estragos financiero-cambiarios en el mundo subdesarrollado.
A ello habría que agregar el intercambio comercial desigual, a pesar de que nuestra condición de nación petrolera disminuye el dramático impacto que tiene este factor en el mundo subdesarrollado. Los países de la periferia pierden fabulosas sumas de dinero a través de la caída del valor de sus exportaciones, principalmente bienes primarios, en relación con el valor de las manufacturas y servicios importados provenientes de las naciones industrializadas. Esto constituye un negocio para las corporaciones transnacionales que desarrollan el 70% del intercambio comercial internacional.
Un componente fundamental de la estructura de dependencia lo conforman las inversiones directas realizadas por las corporaciones transnacionales. Este es un instrumento de expoliación de recursos naturales, de extracción de la plusvalía producida internamente, de influencia política en las naciones subdesarrolladas y de control de los procesos económicos internos, entre otros. Son las corporaciones transnacionales las que colonizan nuevamente al mundo con inversiones que, lejos de imprimirle dinamismo, perpetúan a las economías receptoras a un rol de subordinación dentro de la división internacional del trabajo.
Lo que Lenin definió como uno de los principales rasgos del imperialismo, expresado en la creciente exportación de capital, se confirma como un mecanismo que profundiza la dependencia de nuestras naciones.
A todo ello se une la institucionalidad imperialista compuesta por organismos multilaterales (FMI, BM, OMC, etc.), cuyas agendas expresan fielmente los intereses de la oligarquía financiera internacional. Dicha agenda se le impone a nuestras naciones sobre la base de la condicionalidad o de las “negociaciones”, aprovechándose de la precariedad económica y de la debilidad negociadora de los Estados periféricos. Por esta vía, nuestras políticas económicas se convierten en fiel reflejo de las estrategias expansionistas del capital imperialista. Es la expansión más acelerada y descarada de los mecanismos de dependencia.
Con la dominación imperialista a escala global, las corporaciones transnacionales se han convertido en los principales vehículos de las relaciones económicas internacionales. El potencial productivo del mundo ha sido articulado en torno a los requerimientos de la acumulación de dichas corporaciones, todo ello en medio de la implantación de los mecanismos del libre mercado.
El saldo social de este proceso se resume en una acelerada exclusión de la mayor parte de la humanidad del disfrute de los fabulosos resultados de la revolución científico-técnica. La brecha de desarrollo y, por lo tanto, de ingreso y bienestar se ha incrementado obscenamente a favor de las naciones imperialistas. El avance forzado de la estrategia neocolonial de las corporaciones transnacionales se ha convertido en el mayor peligro para la civilización, en razón de sus efectos ambientales y el acentuado ingrediente bélico de la estrategia expansionista del imperialismo estadounidense.
Retomemos a Lenin en su análisis del imperialismo:
“El imperialismo es el capitalismo monopolista. Cada cártel, cada trust, cada sindicato, cada banco gigantesco es un monopolio. Las superganancias no han desaparecido, sino que prosiguen. La explotación por un país privilegiado, financieramente rico, de todos los demás, sigue y es aún más intensa. Un puñado de países ricos… ha extendido los monopolios en proporciones inabarcables, obtiene centenares, si no miles de millones de superganancias, "vive sobre las espaldas" de centenares y centenares de millones de hombres de otros países, entre luchas intestinas por el reparto de un botín de lo más suntuoso, de lo más pingüe, de lo más fácil.
En esto consiste precisamente la esencia económica y política del imperialismo…”. [23]

13.- Carácter antiimperialista de la transición al socialismo.
Esta estructura de poder imperialista condiciona severamente el tránsito al socialismo y exige una estrategia que hemos definido como antiimperialista. Esto obedece al simple, pero trascendental hecho de que no hay avance posible de los pueblos del mundo en lo social, económico, político y cultural, sin quebrar la dominación imperial o, al menos, sin restricciones significativas a ésta.
Un elemento adicional que justifica la necesidad de esta fase radica en la injerencia de elementos externos en los procesos de transformación revolucionaria de las naciones. En el caso venezolano, esto se manifiesta en los intentos de las fuerzas imperialistas y las transnacionales del petróleo por desestabilizar el acontecer sociopolítico y económico del país. Esta situación expresa una constante a lo largo de todo el período de transición: la agudización de la lucha de clases en su dimensión Nación-Imperialismo. La exacerbación de esta contradicción se profundizará en la medida en que se vaya definiendo la vía socialista.
En ese sentido, la tarea de la transición consiste en crear las condiciones para impulsar el desarrollo soberano de la sociedad, superando las estructuras de dominación imperialista y estableciendo los fundamentos para el socialismo.
La definición de la fuerza social llamada a cumplir con esa tarea es de especial importancia. La burguesía local está descartada para asumir ese rol. Tanto su historia como su comportamiento reciente lo confirman. Esta se encuentra asociada al imperialismo en condiciones de subordinación. Aunque guarda un conjunto de contradicciones con el capital extranjero, en última instancia no es capaz de estimular un proyecto de desarrollo nacional que desplace el poder ejercido por las transnacionales.
Sólo la clase llamada a conducir la construcción del socialismo, la clase obrera, en alianza estratégica con los sectores progresistas y nacionalistas de la sociedad, puede encabezar la lucha consecuente por la liberación nacional y el desarrollo independiente. Esto obedece a que no se podrán consolidar y profundizar los avances en materia de desarrollo soberano, si no profundizamos los cambios sociales anticapitalistas, si no derrotamos a la burguesía, clase social internamente responsable de nuestro atraso y de las políticas entreguistas a intereses foráneos.
Romper la articulación que nos ata al mecanismo de reproducción del capital imperialista pasa necesariamente por la conformación de una estructura socioeconómica interna que responda a una lógica socialista. De lo contrario, se reproducen los viejos vínculos y se entra nuevamente al espacio de gravitación imperialista.[24]
Por otra parte, el socialismo sólo será posible como resultado del desarrollo y no podremos avanzar en esa dirección, si antes no superamos su principal traba: la dominación y explotación imperialista. El imperialismo jamás tolerará un orden social basado en la libertad y protagonismo de las masas trabajadoras.
Pero no se trata tan sólo de que los objetivos antiimperialistas representen premisas para la edificación del socialismo, sino que podrán ser consolidados sólo si experimentan una continuidad histórica en el marco del socialismo.[25] De allí la inmensa significación de que el programa antiimperialista se encuentre blindado por una estrategia de orientación socialista. No habrá socialismo sin la liberación nacional y, por otra parte, ésta última se diluye si no se avanza en la construcción del socialismo.
Los acontecimientos ocurridos en la última década en el escenario internacional, especialmente en América Latina y el Caribe, demuestran que el eje de las fuerzas revolucionarias y del progreso social a nivel mundial se ha trasladado a la periferia del imperialismo.[26]
Este avance de las fuerzas revolucionarias es la reacción de lucha y rebeldía de nuestros pueblos ante el rumbo depredador de la globalización neoliberal, ante los estragos causados por la expoliación imperialista.[27]

14.- Economía petrolera y rentismo
Una de las características básicas de la economía venezolana es el rentismo. Este rasgo expresa la elevada dependencia de la economía venezolana en relación con los recursos percibidos por concepto de las exportaciones petroleras.
Con el petróleo disponemos de un recurso natural geopolíticamente indispensable y escaso, que sólo tienen pocos países. Por este hecho se premia a los países exportadores de petróleo con un “ingreso” adicional, llamado renta absoluta. En el caso de que los costos de extracción del crudo sean menores al de otros países exportadores de petróleo, se le añade un “ingreso” complementario, llamado renta diferencial.
De tal manera que buena parte de esos recursos petroleros se define como renta, porque no se generan ni tienen un sustento en el trabajo productivo, sino que se captan de un proceso de redistribución del ingreso en los mercados internacionales. Es decir, que por la exportación de petróleo recibimos mucho más de lo que cuesta su extracción, procesamiento, transporte así como la ganancia que contempla el negocio.
En cuanto al modelo petrolero, éste se comenzó a instaurar en el país a partir de los años 20 del siglo pasado y generó un cambio estructural en la economía, que rápidamente se reveló como un obstáculo para el desarrollo de la nación.
Sus ingresos financiaron por mucho tiempo un modelo de acumulación fundamentado en los recursos obtenidos de la exportación petrolera que alimentó el rentismo, un parasitismo galopante, tremendas distorsiones en el aparato productivo y crecientes inequidades.
No pocos estudiosos de la realidad nacional identifican a la renta petrolera como la causa de buena parte de nuestros problemas. Términos extravagantes como el “excremento del diablo”, hablan por sí solos acerca de esa valoración de los efectos del petróleo y la renta en nuestra sociedad.
Sin embargo, un balance de un siglo de explotación petrolera nos obliga a reflexionar, ya que lo que debió constituir una ventaja para el desarrollo del país, en razón de las innumerables oportunidades de inversión productiva y social que se presentaron, se convirtió en el chivo expiatorio de todos los males de la sociedad venezolana.
Aquí es necesario preguntarse si la renta y el petróleo se transforman, inexorablemente, en una mentalidad y un sistema rentista.
La respuesta es, sin duda alguna, negativa. Es imposible determinar las causas del rentismo sin analizar el entorno social y las relaciones de poder imperante. Fueron las condiciones de capitalismo dependiente y el atraso, además del despiadado abuso y entreguismo de la clase política gobernante, los responsables de esos males.
No nos cabe la menor duda. Esos recursos administrados con otros fines políticos y sociales hubieran contribuido al desarrollo nacional.
En esta materia, la transición socialista tiene como tarea fundamental apalancar el nuevo modelo de desarrollo productivo con los recursos provenientes del sector petróleo. No puede ser de otra manera, pues el fisco depende en 50% y el ingreso de divisas en más del 95% de la industria petrolera, en tanto que ésta representa casi una cuarta parte de la economía nacional. Será imposible prescindir de la renta petrolera en la transición.
Sin embrago, no podemos perder de vista el objetivo estratégico: desplegar al máximo nuestra industria petrolera con el fin de reducir la dependencia de los hidrocarburos; diversificar y modernizar la economía; extirpar el rentismo y modificar radicalmente la estructura productiva; todo en ello en razón de que jamás podremos construir el socialismo sobre la base de una economía petrolera.

15.- La industrialización, premisa para el transito al socialismo
El socialismo requiere de estructuras económicas y patrones de crecimiento que desplacen el modelo imperante, que propicia la ineficiencia, privilegia el parasitismo y genera elevadísimos niveles de desempleo y pobreza. La industrialización constituye el corazón de la estrategia económica de la transición al socialismo.
Esto es especialmente válido en razón del estado actual de la industria nacional. Después de décadas de industrialización sustitutiva de importaciones, se logró establecer un importante aparato industrial que, sin embargo, adolecía de gravísimas fallas de construcción. Estas condujeron a una mayor dependencia de las importaciones (precisamente lo que se quería corregir), una reducida concatenación de las unidades productivas, escasos estímulos al incremento de la productividad, desinversión creciente, bajo nivel tecnológico, creciente parasitismo del sector privado alimentado grotescamente por el Estado, etc.
Esa experiencia industrialista gravitó en torno a los intereses del capital. Se trataba de una expansión industrial que alimentaba la competencia del capital nacional y el foráneo, en cada una de sus modalidades, por la renta generada. Aquí participaba la burguesía local con muchas limitaciones, en razón de su condición de dependencia. El Estado catalizaba los procesos distributivos con eventuales concesiones a los trabajadores, sin relegar su prioridad absoluta encarnada en el capital. Finalmente, el capital transnacional se valía de sus posiciones monopólicas para capturar una creciente porción de la renta.
Inevitablemente, esa estructura industrial nacional y su esqueleto social tenían que colapsar, lo cual ocurrió en los años 80 y se aceleró en los 90 con las políticas neoliberales aplicadas. Las industrias existentes, la capacidad de procesamiento de materia prima, centenares de miles de puestos de trabajo, todo ello fue aniquilado bruscamente con la apertura comercial, lo cual permitió la inundación de nuestros mercados con productos fabricados en el exterior.
El cuadro actual de la industria nacional no se diferencia sustancialmente de la situación heredada. Un parque industrial atrasado es aquejado por un conjunto importante de debilidades, dentro de las que destacan: la ausencia de un plan industrializador coherente y articulador de los esfuerzos productivos del Estado en su conjunto, marcadas deficiencias en las políticas de desarrollo sectorial, el bajo nivel de las inversiones y el incremento acelerado de las importaciones. Si bien las importaciones no son negativas per se, pues siempre se requiere, por ejemplo, bienes de capital foráneos para el desarrollo nacional, la asignación indiscriminada de divisas ahoga la expansión del aparato productivo nacional.
De tal manera que se hace indispensable el diseño de un modelo de industrialización que supere esas y otras deficiencias. Dicho modelo dependerá de las condiciones concretas de desarrollo de la sociedad venezolana, así como de los objetivos históricos que se ha trazado ese desarrollo.
En ese orden de ideas, bajo las actuales circunstancias históricas se propone un modelo de industrialización de orientación socialista con los siguientes objetivos:
a) la diversificación y modernización productiva;
b) el establecimiento de cadenas productivas integradas;
c) la incorporación de valor agregado a la abundante materia prima disponible en el país;
d) el reordenamiento territorial del aparato productivo;
e) elevar sustancialmente el componente industrial en la producción interna;
f) la sustitución selectiva de importaciones;
g) la preponderancia del mercado interno y de las necesidades domésticas;
h) integración con la región latinoamericana;
i) la satisfacción prioritaria del mercado interno y de las necesidades domésticas;
j) elevar la productividad del trabajo de la economía nacional;
k) integrar la producción industrial a la economía latinoamericana;
l) elevar los niveles de bienestar de la población;
m) diversificar el potencial exportador de la economía;
n) fomentar el protagonismo de la clase obrera
ñ) la dirección del proceso por parte del Estado.
La industrialización debe aprovechar las ventajas comparativas disponibles, pero también desarrollar ventajas que aún no han sido reveladas. Así pues, el punto de partida para la creación de cadenas industrializadoras son el sector energético y petroquímico, metalúrgico y aluminio, la construcción de maquinaria y la agroindustria. Esos sectores constituyen el eje estratégico de los esfuerzos industrializadores.
Este proceso debe garantizar elevadas tasas de inversión, lo que impone una política de eficiencia y racionalidad en el empleo de los recursos disponibles. Esto y el ahorro generado por la población potenciarán los recursos provenientes de la renta petrolera para financiar las enormes inversiones requeridas para la creación de miles de empresas, expandir la capacidad productiva nacional y crear su correspondiente infraestructura productiva.
La selección del patrón tecnológico ocupa un lugar importante en el diseño de la estrategia, debido a que la industrialización tiene como tarea la independencia tecnológica, la necesidad de modernizar todo el aparato productivo y elevar el nivel de empleo. En razón de ello, no puede ser un patrón tecnológico intensivo en capital ni excesivamente costoso ni de dominio monopólico de las transnacionales.
El problema del mercado ocupa un lugar de singular significado. A través de su expansión, éste no solo debe garantizar la colocación de los crecientes volúmenes de producción fabricados internamente -complementado por la creciente capacidad exportadora de la economía nacional-, sino también la posibilidad de establecer escalas de producción creciente que reduzcan los costos de producción y mejoren los niveles de rentabilidad y competitividad. Aquí entra en juego la definición de las dimensiones de las unidades productivas, lo que no puede ser subestimado. Estas dimensiones deben adecuarse a los mercados, al patrón tecnológico y a la capacidad de financiamiento, entre otros.
El tema agrícola es de vital importancia. Se trata de superar relaciones de producción precapitalistas y, con ello, ampliar el mercado y disponer de fuerza de trabajo, tareas fundamentales de la industrialización del siglo XIX y comienzos del siglo XX, además de la necesidad de abastecer con alimentos las grandes ciudades, los centros industriales. Esto garantiza estabilidad política y condiciones mínimas para la reproducción física de la fuerza de trabajo. Eso se logrará a través de la elevación de la productividad en el campo, lo que, a su vez, depende de la industrialización de la producción agrícola.
La industrialización jamás se llevará a cabo sin una fuerza de trabajo educada y de elevado grado cultural. La educación de los trabajadores, desde las habilidades básicas, pasando por los conocimientos técnicos, hasta llegar a las competencias profesionales, es de crucial importancia. La orientación socialista del proceso le impone a este factor una exigencia adicional: la educación política e ideológica de los trabajadores para capacitarlos en su nuevo rol dentro de los mecanismos de gestión político-económica.
Por otra parte, para que la industrialización basada en nuevas tecnologías y elevada productividad pueda crear nuevos puestos de trabajo, ésta tiene que generar elevadas tasas de crecimiento, superiores a las de la productividad. Esto es indispensable debido al gravísimo problema que representa el desempleo. La generación de empleo es la principal vía para reducir la pobreza en la sociedad y crear bienestar. Aun instaurando relaciones de producción basadas en la propiedad social sobre los medios de producción, base indispensable para la equidad social, el bienestar creciente de la población sólo será posible en la medida en que, simultáneamente, se incremente la riqueza y se multipliquen las oportunidades de empleo para los trabajadores.
Además de ello, la industrialización procrea un factor de alcance estratégico: las condiciones materiales para el desarrollo del sujeto social de la revolución socialista, el obrero. Con la expansión industrial, con la creación de miles de nuevas empresas, se incorporan al ejército de proletarios cientos de miles de trabajadores, que están llamados a transformar las relaciones de producción y a constituir el poder popular desde la perspectiva de la clase obrera. Esa es una condición indispensable para la revolución socialista. No olvidemos que son los obreros los sujetos históricos llamados a encabezar la construcción del socialismo.
La orientación socialista estará determinada por la forma de propiedad dominante. Así tenemos que formas de propiedad social, tales como: la autogestión, la propiedad comunal y la estatal pasan a jugar un papel creciente en el sistema económico. Sin suprimir la empresa privada, durante la transición se configura un mecanismo de coexistencia de dos sectores -social y privado- en un mismo sistema económico.
El cambio sistémico se reflejará principalmente en el rol preponderante de la propiedad socialista en las empresas de carácter estratégico, en especial, las ubicadas en el sector industrial. Como es de esperarse, el Estado asumirá un rol de primer orden en la administración y planificación de esas empresas en la transición. Estas deben estar en capacidad de establecer las líneas generales del desarrollo, imponer el ritmo y dirección del proceso, aplicar con eficiencia políticas sectoriales, de precios, comerciales, estímulos a la inversión, de desarrollo tecnológico, de formación de la fuerza de trabajo, desarrollo territorial, etc. La claridad en esa temática es fundamental, pues los retrasos en materia de industrialización se encuentran estrechamente asociados a la deplorable condición de las instituciones del Estado.

16.- Tasa de acumulación y desarrollo
La definición de la tasa de acumulación es otro de los problemas básicos de la transición. Se trata de una proporción esencial de la planificación económica, con importantes implicaciones para la inversión, el consumo y el clima político.
En líneas generales, si el ingreso nacional es empleado preferentemente para el financiamiento de la inversión productiva, se estarán privilegiando los objetivos asociados a la expansión y modernización del aparato productivo, en detrimento de los niveles de consumo en el corto plazo.
En caso contrario, un incremento del consumo a costa de la inversión estimula la satisfacción inmediata de las necesidades individuales, sacrificándose la capacidad productiva del futuro.
Si bien el consumo representa una variable estratégica, pues de él dependen en buena medida los niveles de bienestar y, por lo tanto, de aceptación del proceso de cambios sociales; la restricción de las inversiones limita seriamente la posibilidad de desarrollo económico, además de poner en peligro la capacidad de mejorar la calidad de vida de la población en el mediano y largo plazo.
La ponderación de estas variables está determinada por los objetivos de corto y largo plazo establecidos a partir de la evaluación de factores, tales como: los niveles de pobreza, las tensiones políticas, la situación coyuntural del país, la estructura del aparato productivo, la fase del ciclo en que se encuentre la economía, el nivel de conciencia del pueblo trabajador, las necesidades de defensa de la revolución, los niveles de dependencia externa, etc.
Por ejemplo, debido a los elevados niveles de pobreza -aún cuando ésta ha disminuido notablemente en la sociedad venezolana-, el sacrificio del consumo a favor del incremento de la inversión es restringido. Por otra parte, las necesidades objetivas de la expansión acelerada de la producción para cumplir con los requerimientos que se le plantean a la transición (defensa, empleo, elevación del ingreso y de la productividad, entre otros) no admiten bajas tasas de acumulación.
La experiencia histórica[28] nos indica que se debe privilegiar la inversión productiva atendiendo las circunstancias políticas del momento. El desarrollo productivo es una de las claves fundamentales para el rompimiento del esquema del subdesarrollo, del círculo de la dependencia, para así crear las bases materiales de cara a mayores niveles futuros de bienestar y a una transición más expedita al socialismo.[29]
Esto es especialmente válido en un país rentista como el nuestro. Este esfuerzo incluye, obviamente, el despliegue de la educación, la salud y la cultura como espacio para el desarrollo de los recursos humanos como principal fuerza productiva.
Asimismo, es preciso comprender que para sacrificar los niveles de consumo con el objeto de atender una contingencia mayor (guerra, bloqueo, catástrofe natural, etc.), se requiere de un alto nivel de madurez política de la población, que pocas veces se encuentra presente en los inicios de la transición.
Del esfuerzo productivo dependerá, en elevado grado, la viabilidad del experimento socialista en un país como el nuestro, sobre todo si se toma en cuenta la ausencia de un sistema socialista mundial que lo apoye en las tareas del desarrollo económico.[30] El socialismo como sistema implica el más dinámico ascenso histórico de las fuerzas productivas. Para ello disponemos de la renta petrolera, que constituye una ventaja en cuanto a la disponibilidad de recursos, si la empleamos en función del desarrollo.
Correspondió a Lenin adecuar a nuestra época la tesis marxista, que originalmente postulaba la posibilidad de la construcción del socialismo en condiciones de máximo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la época. En las condiciones históricas del imperialismo, aún en una situación de atraso productivo, la tesis leninista plantea que el salto al socialismo no sólo es posible, sino absolutamente necesario.[31]

17.- Revolución agraria y seguridad alimentaria
Con el advenimiento del capitalismo en condiciones de dependencia del imperialismo, el fenómeno del latifundio, típico del feudalismo, se consolidó como una de las características más resaltantes de la estructura socioeconómica. El latifundio despliega el parasitismo y la concentración de propiedad a creciente escala.
Al contrario de lo sucedido en las naciones desarrolladas, en el mundo subdesarrollado no se produjo la erradicación de la concentración de al propiedad de la tierra, como condición previa para el desarrollo del capitalismo. Esto significó, que en lugar de estimularse el desarrollo de la agricultura y la ampliación del mercado interno, se abrieron espacios al establecimiento de condiciones de creciente desigualdad social y pobreza en el medio rural. Si bien los terratenientes perdieron el poder político (aunque no toda su influencia), mantuvieron la propiedad de sus tierras. A su vez, los sectores capitalistas agrícolas exhiben alarmantes distorsiones.
Como resultado de la implantación del modelo rentista en el marco de la dominación imperialista, desde los años 30 del siglo XX se fueron abandonando progresivamente actividades económicas tradicionales como la agricultura. En su lugar se desarrolló una pujante agricultura de puertos, liquidando centenares de miles de puestos de trabajo, dejando enormes espacios de tierras ociosas y desplegando un manto de pobreza en acelerada expansión. La vida en el campo se hizo insoportable, generando movimientos migratorios que son parte de la causa del caos urbanístico de las grandes ciudades.
Esta situación fue agravada por la mal llamada reforma agraria ejecutada por los gobiernos de Betancourt y Leoni. Aplicada para contrarrestar la ofensiva revolucionaria de los años 60, constituyó a la postre un fraude para los pequeños campesinos y trabajadores del campo en general, se tradujo en la agudización del latifundio.
El resultado de esa situación es que actualmente importamos un elevadísimo porcentaje de los alimentos que consumimos, en tanto que las relaciones de producción en el campo se han convertido en una severa traba para el desarrollo de la producción agrícola y para mejorar la calidad de vida de los excluidos en las zonas rurales del país.
En ese sentido, la estrategia de la revolución en la fase de la transición apunta a elevar el nivel de producción agrícola con la finalidad de proporcionar a la población el acceso a los alimentos en forma permanente y a bajos costos. A través de la capacitación de los trabajadores, la dotación tecnológica, financiamiento a bajas tasas, la democratización en la tenencia de la tierra, el mejoramiento de la vialidad, el desarrollo de la infraestructura social y económica, el establecimiento de sistemas de comercialización y la fijación de precios justos, entre otras políticas, se le imprime un vigoroso impulso a la revolución agraria.
Esta meta no sólo contribuiría a mejorar la nutrición de nuestro pueblo, sino que también se convertiría en un factor estabilizador de la sociedad. Quebraría el monopolio que ejercen sectores golpistas en la producción de alimentos. Eliminaría el chantaje practicado por los grupos económicos sobre el proceso revolucionario.
Por último, el esfuerzo por modernizar la producción agrícola no puede estar separado de las transformaciones socioeconómicas. Las relaciones de producción semifeudales que aun existen en el campo venezolano deben ser abolidas. La democratización en la tenencia de la tierra, así como su colectivización tienen que brindarle a los trabajadores agrícolas no solo la oportunidad de trabajo, sino la posibilidad de ejercer el poder, de dirigir el proceso de desarrollo agrícola del país.

18.- Empresas socialistas en la transición
Las empresas son las células del sistema económico y componentes imprescindibles para el desarrollo de cualquier modelo de sociedad. En el marco de la transición se requiere de cambios profundos en estas unidades económicas para lograr el salto histórico del capitalismo al socialismo.
El tema de la propiedad es de fundamental importancia para definir la naturaleza socialista de una empresa. Su decreto por la vía legal no es suficiente, lo que significa que hay que llenar a la empresa de contenido socialista.
El asunto de la propiedad está vinculado a la disponibilidad, uso, goce, disfrute y usufructo de los medios de producción, por lo que se tienen que crear las condiciones para que el pueblo trabajador organizado, sujeto de la propiedad socialista, disponga del derecho a ejercer esas facultades.
En los actuales momentos nos encontramos en la fase inicial de la transición al socialismo, por lo que no podremos hablar de propiedad socialista en su justa dimensión, pero sí de formas de propiedad que constituyen premisas para el socialismo. Esto puede operar a partir del Estado revolucionario (en proceso de gestación) y de los trabajadores que laboran en dicha propiedad, articulados con las comunidades organizadas.
La empresa socialista se caracteriza, igualmente, por la aplicación de métodos democráticos, profundamente participativos en la administración, planificación y control del proceso económico. Se trata, en pocas palabras, de la gestión socialista.
En tal sentido, la desaparición de la división social del trabajo típica del capitalismo es un síntoma de avance de la transición. La estructura que determina el ejercicio de la dirección de la empresa por parte de un reducido grupo de propietarios y su tecnocracia, que confina a la masa de asalariados a un trabajo alienado, prácticamente a un rol de “apéndice de las máquinas”, tiene que ser sustituido. En su lugar debe establecerse un mecanismo de participación, dirección y control de los trabajadores. En él, las decisiones estratégicas de la empresa son adoptadas por los trabajadores.
En los inicios de la revolución bolchevique, esta medida la imprimió un dinamismo extraordinario a las transformaciones socialistas. Lenin relata:
“…El primer paso, fundamental y obligatorio para cualquier gobierno socialista obrero debe ser el control obrero sobre la producción. No decretamos la implantación inmediata del socialismo en toda la industria, por cuanto éste puede establecerse sólo cuando la clase obrera aprende a dirigir, cuando aumenta la autoridad de las masas obreras. Sin ello, el socialismo es solo un buen deseo. Esta fue la razón por la que introdujimos el control obrero. …las masas obreras por propia decisión y con sus propias manos, han emprendido una obra extraordinariamente complicada, cometido miles de errores, que ellas mismas debieron soportar, pero cada uno de esos errores sirvió para forjarlas y templarlas en la tarea de organizar la dirección de la industria, que hoy existe y se asienta sobre sólidas bases… Hoy toda la masa obrera, no sólo los jefes y trabajadores avanzados, sino verdaderamente las más amplias capas, saben que construyen el socialismo…”.[32]

Aquí surge la interrogante acerca del destino del personal de gerencia de las grandes empresas. Este personal responde a directrices del gran capital y a la lógica de la gestión capitalista. Sin embargo, esto no es suficiente para prescindir de él. Se debe aprender de él los aspectos técnicos, aprovechar sus conocimientos y someterlo a las nuevas técnicas de gestión, sin que su presencia se convierta en un freno o chantaje para la transformación de la empresa.
Por otra parte, es necesario resaltar que en una empresa socialista no sólo se generan los bienes y servicios para el desarrollo del país, sino también se estimula la participación política de los trabajadores y su formación ideológica y técnica. Los trabajadores son formados en el capitalismo para ser explotados, en tanto que en el socialismo su formación responde a la necesidad de dirigir a la sociedad en función del bienestar colectivo. Consustanciarse con esa racionalidad no puede ser el resultado de un proceso espontáneo, hay que sembrarlo en las masas de obreros.
En este contexto se debe estimular la cultura del trabajo voluntario. Este es un esfuerzo que no sólo persigue elevar los niveles de productividad, sino también educar a los trabajadores en el sentido de los valores socialistas de abnegación, espíritu de sacrificio y la solidaridad. Contribuir al desarrollo y al bienestar social sin esperar a cambio ninguna remuneración material, sólo por la convicción de cumplir un deber social, constituye un salto cualitativo en el desarrollo del revolucionario. Esa es la nueva actitud del trabajador, ahora propietario colectivo de los medios de producción y principal responsable por los destinos de la nación.
Otro elemento esencial que define el carácter de la empresa se refiere al uso del excedente. En el capitalismo se lo apropia el empresario, en el socialismo se pone al servicio de las necesidades de la sociedad. Esto significa que la empresa no podrá generar excedentes exclusivamente para el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores que allí laboran. Más que eso, tendrá que contribuir a financiar estrategias económicas (de la empresa y de la nación) y programas sociales (nacionales, regionales y locales).
El monto de ese excedente revelará la capacidad del Estado y los trabajadores de organizar el proceso productivo y todo el funcionamiento de la unidad económica sobre la base de la eficiencia, todo ello tomando en cuenta que ese excedente no puede ser el resultado de la reducción del bienestar de los trabajadores.
Aquí yace un reto de singular importancia: demostrar que una empresa socialista o gerenciada con instrumentos de naturaleza socialista, es capaz no sólo de emplear los recursos de manera generosa con los más necesitados, sino que está en capacidad de generar ingresos crecientes, a partir de la motivación de los trabajadores de laborar por el bienestar de la sociedad. Es decir, suprimir la disciplina impuesta por los métodos de explotación capitalistas y sustituirla por estímulos basados en principios socialistas. Desde luego, no se trata de renunciar a los estímulos materiales individuales, tan importantes para incentivar la productividad especialmente en la fase de la transición, cuando aún no se ha consolidado una conciencia socialista.
Lenin señala al respecto:
“El comunismo comienza cuando los obreros de base manifiestan un espíritu de sacrificio capaz de superar la ardua jornada, una preocupación especial por elevar la productividad del trabajo, economizar cada pud de cereal, de carbón, de hierro y de otros productos, que no benefician personalmente a los trabajadores o a sus “allegados”, sino a sus parientes y amigos “lejanos”, es decir, a la sociedad en su conjunto”.[33]

La inserción de la empresa socialista en los planes de desarrollo dirigidos por el Estado es imprescindible. Si bien la empresa no puede estar aislada totalmente del mercado, pues el sector privado (nacional y extranjero) y el socialista convivirán por un largo período, el mecanismo de regulación de las empresas será, básicamente, la planificación socialista. Esta garantiza la articulación armónica de las unidades productivas en lo social, político, económico y territorial. Esto supone no sólo la existencia de un Estado en transición al socialismo, sino de la presencia de planes de desarrollo y métodos científicos de planificación.
Como podemos observar, se trata de un proceso extremadamente complejo que reclama de los trabajadores, protagonistas insustituibles del mismo, el mayor grado de organización, conciencia política y conocimiento técnico.

19.- La Comuna
La comuna está llamada a convertirse durante la transición en la célula orgánica del territorio, el Estado y la sociedad como un todo. Este proyecto exigirá un extraordinario esfuerzo organizativo de parte de la revolución, pues en esencia se trata del despliegue del poder popular, de la participación organizada y consciente de la sociedad. No habrá comuna socialista, si ésta no cuenta con la sociedad participando activamente en la construcción de esos nuevos escenarios sociales.
Por otra parte, la comuna debe estar dotada de una basamento productivo, un fundamento que sustente materialmente a esa nueva unidad social. Las empresas allí ubicadas deben ser de carácter colectivo -como de hecho son las empresas comunales- y administradas por sus organismos democráticos. Asimismo, deben estar articuladas a los planes de producción social y al Estado popular. La vinculación a este último opera de diversas maneras: desde el apoyo financiero, pasando por la participación de ambos en la propiedad y en los circuitos de comercialización, hasta la ejecución de proyectos conjuntos.
Las empresas comunales deben perseguir elevados niveles de productividad y su producción debe estar prioritariamente -aunque esto no debe constituir una limitante- al servicio de la población de la comuna correspondiente y de otras aledañas. Deben ser inicialmente unidades de producción de procesos tecnológicos sencillos, que abastezcan a la población con alimentos y bienes de consumo en general, así como aquellas empresas que prestan los servicios públicos fundamentales.
Asimismo, estas empresas estarán estrechamente vinculadas a empresas estatales o autogestionadas ubicadas territorialmente en el espacio de la comuna, brindándoles servicios y concatenándose en su estructura productiva.
Obviamente, los beneficios de las empresas comunales van mucho más allá de la posibilidad de abastecer y prestar servicios. El empleo generado de estas actividades impacta favorablemente a la población de las comunas, en tanto que la reinversión y uso racional de los excedentes generados eleva su calidad de vida y la capacidad productiva de las empresas. Todo esto opera como un poderoso estímulo al incremento de la productividad.
Por último, estas células de la nueva sociedad deben estimular el desarrollo de los principios socialistas como la base fundamental de la convivencia humana. A ello debe contribuir, tanto el trabajo ideológico del partido, la educación de la población y las relaciones humanas que tengan lugar allí, todo ello en el marco de la ética socialista. El desarrollo de las comunas como nuevas formas de organización social, fortalecerá el proceso de consolidación de la conciencia revolucionaria.

20.- Mercado y planificación socialista
Entre las cuestiones cardinales por resolver en la fase de transición se encuentra la relación entre la planificación socialista y el mercado.[34]
El mercado es un componente esencial del capitalismo. De su desempeño depende el despliegue del capital, pues allí se concreta la ganancia capitalista como resultado de una ardua y desigual competencia dominada por los monopolios. El accionar de cada empresa capitalista determinado por la obsesión de maximizar ganancia se traduce en la anarquía, el desorden de una producción que no responde a los requerimientos de la sociedad.
En ese contexto, todo se mercantiliza. Incluso la fuerza de trabajo es convertida en mercancía. La importancia de los seres humanos se mide a partir de su capacidad de compra. Se produce un proceso de alienación que captura a toda la sociedad. Esta es gobernada por las decisiones que toman los poderosos en el mercado.
A lo largo de su historia, el mercado capitalista -como mecanismo de regulación- ha evidenciado un profundo fracaso. Allí se impone la ley del más fuerte. Los precios revelan la realidad del sistema una vez que se ha consumado el caos. Los correctivos de las distorsiones ocasionadas por el mercado son tremendamente dolorosos para la sociedad, como lo demuestra la actual crisis del capitalismo. En su desarrollo, el mercado potencia la monopolización y se limita en su funcionamiento.
Ahora bien, es necesario reconocer también que el mercado no es exclusivo del capitalismo. La producción mercantil ha existido también en ausencia de la propiedad privada sobre los medios de producción y de la explotación capitalista.[35]
En el socialismo -y más aún en la transición- existen diversos factores que explican la necesidad del mercado y la actuación de la ley del valor. Por un lado, tenemos la convivencia de diferentes formas de propiedad: la estatal, comunal, la pequeña propiedad privada, la propiedad capitalista, tanto nacional como foránea, etc. El intercambio entre estos sectores no se puede producir en ausencia del mercado. Además, el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas, la escasa conciencia de los trabajadores y las relaciones económicas con el mundo capitalista juegan un papel preponderante.
Esta realidad no se puede suprimir por decreto. Intentos por abolir el dinero y el intercambio mercantil por el trueque revelan una tremenda confusión en relación a la causa fundamental de los males del sistema capitalista.
En este sentido el mercado, así como el plan, no son más que mecanismos de regulación económica, cuyos efectos y propósitos están supeditados a la lógica de la forma de propiedad imperante. No se podrá alterar el sentido social de su funcionamiento, sin cambiar el basamento socioeconómico sobre el que descansan.
Así es como en el capitalismo se desarrollan técnicas muy sofisticadas de planificación, principalmente en el seno de las corporaciones y del Estado capitalista, con la finalidad de ampliar la reproducción del capital. De la misma manera, en la transición al socialismo -y posteriormente en el socialismo- se abre un espacio para el funcionamiento de un mercado que no se rige por la competencia anarquizante en procura de la ganancia.
En pocas palabras, no es el mercado lo que aliena a la sociedad en el intercambio de los recursos y la distribución de la riqueza, sino la lógica del capital que allí se despliega.
Pero más allá de comprobar la compatibilidad del mercado con la planificación, es preciso puntualizar que la tendencia histórica de la transición apunta a la ampliación del espacio de regulación consciente de los procesos económicos, es decir, que el factor determinante y estratégicamente trascendente es la planificación socialista.
En los inicios de la revolución bolchevique, Lenin le atribuía una gran importancia al plan:
Nuestro programa del partido debe convertirse en programa de nuestra construcción económica. Debe complementarse con el plan de los trabajos para rehabilitar toda la economía nacional y para llevarla al nivel de la técnica moderna. Sin un plan de electrificación no podremos pasar a una verdadera construcción. Cuando hablamos de reconstrucción de la agricultura, industria y del transporte, de su coordinación armónica, no podemos dejar de hablar de un amplio plan económico… todos los días, en cada taller y en cada distrito rural, este plan será mejorado, estudiado, perfeccionado y modificado. Lo necesitamos para un primer esbozo que será presentado ante Rusia como un gran plan económico, calculado para no menos de 10 años y que muestre como debe colocarse a Rusia sobre la auténtica base económica requerida para el comunismo…”.[36]

A través de la planificación se canaliza la más amplia participación de los trabajadores y la sociedad en general. A partir de los lineamientos estratégicos diseñados por la dirección de la revolución, en este mecanismo se estimulan las iniciativas populares, se constatan sus necesidades y requerimientos, se expresan sus intereses, se desarrollan sus propuestas. El plan central debe ser el resultado de una amplísima consulta popular que plasme las propuestas presentadas en todos los niveles. El orientador político de este proceso de elaboración colectiva no puede ser otro que el partido de la revolución.
Sólo por esta vía es posible desarrollar las políticas públicas bajo un criterio de verdadera justicia social y soberanía nacional.
Las distorsiones inherentes al mercado serán corregidas por el plan[37], su despliegue estará supeditado a la planificación centralizada y democrática. De tal forma, que el mercado se convierte en instrumento de la planificación de un desarrollo que apunta a la máxima satisfacción de las necesidades productivas, sociales e individuales de la nación.
La consecución de este objetivo está condicionada al control directo del Estado por parte del pueblo trabajador. A partir del momento en que el Estado se convierte en instrumento para la organización y gestión de la sociedad, se despliega en su máxima expresión la participación democrática de la sociedad organizada y consciente. Sólo así se podrá evitar la burocratización del ejercicio del poder.
“Nuestra tarea fundamental consiste en llevar a cabo el centralismo democrático en la esfera económica. Asegurar la armonía y la unidad absoluta en el funcionamiento de empresas económicas… El centralismo en su verdadera acepción democrática presupone, por primera vez en la historia, la posibilidad de un desarrollo pleno y libre de obstáculos de la iniciativa local, de la variedad de formas, métodos y recursos empleados para alcanzar la meta común”.[38]

En un futuro, la planificación podrá sustituir totalmente al mercado sólo si, además de los cambios socioeconómicos, el Estado socialista dispone de una fuente de información económica eficiente (rápida, sistemática, precisa, etc.), que sustituya las señales monetarias y financieras del mercado. De allí que el desarrollo de las fuerzas productivas -en especial la informática y las telecomunicaciones- potencia el despliegue de nuevas relaciones de producción.[39]

21.- Distribución del ingreso, injusticia y desigualdad social en el capitalismo
Las relaciones de distribución son esenciales para establecer las diferencias estructurales entre el capitalismo y el socialismo.
En el capitalismo, la distribución del ingreso se fundamenta en las relaciones de propiedad y las fuerzas del mercado. Las mayorías quedan excluidas de la propiedad sobre los medios de producción y, por lo tanto, del acceso a la mayor tajada del ingreso. La propiedad monopolizada por la burguesía genera la concentración del ingreso en manos de una élite.
La motivación fundamental del sistema, la maximización de la ganancia, así como la dinámica para obtenerla y la encarnizada competencia por los mercados, hacen inevitable una distribución desigual e injusta de la riqueza. Quien tiene el poder, lo ejerce en función del enriquecimiento, de la acumulación de riqueza y la hegemonía. Quien desista de ello, quedará arruinado. Los cambios al margen de esa dinámica no son posibles, pues desnaturalizarían al sistema y cercenarían sus fuerzas motrices.
El problema radica en que incluso el capitalismo requiere un mínimo de estabilidad social y los límites de tolerancia en materia de justicia no son infinitos. La intervención del Estado burgués se hace imprescindible en razón de que la tesis neoliberal, según la cual en algún punto de su expansión el mercado genera ese mínimo de justicia mediante el “derrame” de bienestar desde la cima de la pirámide, tiene aún una deuda pendiente con su comprobación práctica.
En su condición de capitalista colectivo y en función de la conservación del sistema, el Estado sacrifica algo de la tasa de ganancia en beneficio de ese mínimo de justicia que garantice la estabilidad social requerida y estimule el crecimiento por la vía de una mayor demanda.
Esto opera, básicamente, a través de impuestos, el gasto público y políticas públicas. Generalmente, las tensiones sociales obligan a esas concesiones. Este capitalista colectivo actúa bajo la presión de la lucha de los trabajadores por reivindicaciones materiales.[40] Pero en el capitalismo, la expansión económica y la justicia social se encuentran en constante contradicción. Ni siquiera la intervención del Estado puede revertir la lógica de creciente desigualdad inherente al capitalismo. El agotamiento del keynesianismo evidencia sus limitaciones redistributivas, ya que al pretender ese mínimo de justicia, el Estado le resta vigor al capital -al reducir su tasa de ganancia general- y lo lleva progresivamente al estancamiento. Esa fue la causa fundamental del desmantelamiento del llamado Estado de bienestar.
Los exponentes de las tesis neoliberales advierten con crudeza que nada atenta más contra la vitalidad de un sistema basado en la “libertad” (de empresa, se sobreentiende), que la imposición de un interés social distinto al interés de los accionistas en los beneficios que le provee la empresa. Esto significa que, en el capitalismo, la imposición de cualquier valor, principio o interés distinto a la ganancia perturba gravemente el funcionamiento del sistema.

22.- “De cada quien según su capacidad, a cada quien según su trabajo”.
El punto de partida para el análisis de las relaciones de distribución en la transición al socialismo, lo constituye la necesidad de superar esa lógica de exclusión y desigualdad.
La erradicación de la pobreza y miseria, así como la reducción de las desigualdades sociales, constituyen una de las tareas prioritarias y, a su vez, más difíciles de cumplir. Su importancia no sólo radica en la necesidad de consolidar el piso social de los cambios, sino que constituye un aspecto ético insoslayable dentro del manejo político del poder y una premisa indispensable para el desarrollo social y económico sustentable.
Para ello, el Estado tiene que intervenir activamente a través de su rol redistribuidor. En Venezuela esto debe operar, por una parte, por medio del empleo de los recursos petroleros a través del gasto público[41], que posibilita el mejoramiento en la distribución de la renta incluso antes de acometer cambios radicales en las condiciones de propiedad del sector privado.[42]
Asimismo, son imprescindibles los esfuerzos redoblados por establecer criterios tributarios que beneficien claramente a los más necesitados y pechen debidamente a las grandes fortunas. Se impone una reforma tributaria que mejore sustancialmente los términos de justicia distributiva.
En ambos escenarios, los recursos recaudados por el Estado estarán dirigidos al financiamiento de políticas públicas que garanticen salud, educación, vivienda, seguridad personal, empleo, seguridad social, alimentación y servicios públicos de calidad.
Obviamente, cuando nos referimos al Estado no estamos hablando del Estado burgués, por lo que los avances en materia de equidad y justicia social dependerán del desarrollo del poder popular.
A todo esto, la aplicación de políticas de ingreso y políticas públicas basadas en el criterio de justicia no es suficiente. Por una parte, es imposible incrementar los ingresos de la población más allá de lo permitido por la capacidad de generación de riqueza en la sociedad. Es decir, sólo se puede distribuir la riqueza que se produce, por lo que la meta del bienestar basado en la igualdad pasa por un sólido desarrollo productivo al servicio del pueblo.
Por otra parte, los criterios de distribución de riqueza se encuentran determinados por la dualidad de propiedad existente en la transición, donde conviven el capitalismo y el socialismo. Mientras existan relaciones de producción capitalistas, el capital capturará la mayor parte del ingreso generado bajo esas condiciones. Las regulaciones estatales pueden atemperar estas desigualdades, pero no podrán corregirlas definitivamente.
Esto constituye precisamente una de las limitaciones históricas de la transición, pues es sólo con la instauración de relaciones socialistas de propiedad a gran escala, que se soluciona definitivamente el problema de la equidad.[43]
El objetivo de la transición en ese aspecto consiste en la máxima regulación redistributiva del sector capitalista y la expansión acelerada del sector socialista.
En otro orden de ideas, es de vital importancia entender que los mecanismos de distribución de la transición -y esto es válido igualmente para el socialismo- no pueden descuidar los estímulos materiales a la eficiencia económica. El grado de desarrollo de la conciencia social es aún bajo para comprender la esencia de la motivación al trabajo en el socialismo: el máximo rendimiento en beneficio del bienestar colectivo. Aún nos encontramos bajo el fuerte influjo de los principios y estímulos capitalistas, del cual nos deslastraremos luego de un largo proceso histórico. No se trata de reproducirlo cuando se introducen estímulos materiales, sino de atender a las realidades y tomarlas en cuenta al momento de diseñar el funcionamiento de la economía, avanzando simultáneamente en la superación de esa traba.
Las políticas de distribución deben basarse en la creación de condiciones de máximo desarrollo individual y social posible a partir de las condiciones materiales existentes.
La ley de la distribución de la riqueza en el socialismo establece:
“De cada quien según su capacidad, a cada quien según su trabajo”.[44]
Es tarea de la transición, crear las condiciones para su despliegue pleno.
No todo el ingreso a ser distribuido entre la población puede responder a las necesidades existentes, pues el grado de desarrollo de las fuerzas productivas aún no garantiza la abundancia de bienes y servicios requerida como para satisfacer las necesidades de la sociedad.
Por ello, el sistema debe garantizar la satisfacción de las necesidades básicas, dejando un espacio a la remuneración de acuerdo con el rendimiento del trabajo para satisfacer necesidades secundarias, lo cual estimula la productividad en función de un mayor ingreso. Esto es importante subrayarlo, pues el igualitarismo socava las bases económicas de la transición y el socialismo.
No obstante, los principios de eficiencia y los grados de diferenciación del ingreso deben tener un tope determinado por el talento y el esfuerzo, así como un piso explicado por la necesidad de garantizar un nivel mínimo (pero cada vez más elevado) de equidad. Empleando palabras de Marx, la igualdad posible en el socialismo deviene del tratamiento desigual de las desigualdades.
En resumen, el sistema debe garantizar la satisfacción creciente de las necesidades básicas de toda la población y estimular la productividad mediante una remuneración del trabajo de acuerdo al rendimiento y la calificación. Esto le permite al más eficiente alcanzar un grado mayor de satisfacción de necesidades.
Todo lo explicado revela la importancia de comprender que el problema de la distribución y la equidad en el socialismo, se encuentra muy estrechamente vinculado al desarrollo de las fuerzas productivas y al desarrollo de una conciencia social basada en la solidaridad y la ética.
En la fase superior del socialismo, en la sociedad comunista, el trabajo se convierte en la principal necesidad del hombre. Ya no es una fuente para la subsistencia, sino un medio para el desarrollo pleno. El elevado desarrollo de la conciencia y de la productividad permitirá, en un mundo de abundancia, la activación de la ley de distribución comunista:
“De cada quien según su capacidad, a cada quien según sus necesidades”.[45]

23.- La gestión socialista
De la fase inicial de la transición se desprende una debilidad cardinal: la limitada presencia de cuadros formados para asumir las riendas del aparato económico. En los primeros años, mientras la clase obrera forma sus técnicos y profesionales comprometidos con las transformaciones socialistas, se dependerá en cierto grado de la capa de profesionales formada por y para el sistema capitalista.
Esto impone la necesidad de establecer el control obrero y de los trabajadores en general. Este es un mecanismo que no tiene tan solo funciones administrativas, aunque es un valioso instrumento para evitar la burocratización de la empresa, sino que estimula la organización de los trabajadores. A través de él, los trabajadores organizados y activados mediante mecanismos democráticos, como las asambleas, tendrán la responsabilidad de tomar las decisiones estratégicas de la empresa. En concreto, se van apropiando de las funciones de dirección de la empresa, en la medida de sus capacidades y de las exigencias derivadas de las condiciones de desarrollo del país, lo cual trasciende ampliamente la participación formal en la junta directiva de la empresa.
Se trata de un intenso proceso de aprendizaje de los métodos de gestión a través de la construcción práctica de las empresas socialistas.
Es preciso reiterar que el ritmo de implementación de la gestión socialista no depende sólo de las capacidades técnicas y políticas de los trabajadores. Las condiciones políticas, la arremetida de la contrarrevolución y el hostigamiento del imperialismo imponen acelerar el proceso de socialización de las empresas.
Pero más allá de las limitaciones y contingencias, se debe iniciar con firmeza una estrategia que permita superar las estructuras y prácticas de la gestión capitalista, que reducen al trabajador a un rol de instrumento para la maximización de la ganancia. Se convierte en un resorte de la máquina que se activa a partir de una instrucción del patrón.
La división social del trabajo típica del capitalismo no le permite al trabajador actuar como agente activo y consciente en el proceso productivo. La dirección de las unidades económicas corre exclusivamente a cargo de los capitalistas o de su personal de confianza.
La alienación se produce no sólo en cuanto al diseño del trabajo como relación social, donde el trabajador es subordinado a los intereses del capital y queda excluido del disfrute del excedente generado por él mismo, sino también en relación con su impacto sobre la naturaleza, que es explotada en forma indiscriminada.
De tal manera que, sin el despliegue de métodos de gestión socialista no podremos hablar de propiedad socialista y, por lo tanto, tampoco de socialismo. Los trabajadores son, como parte de la sociedad, propietarios colectivos de los medios de producción, lo que exige la imposición de sus intereses como clase social en la administración de los recursos, en la organización del trabajo, en la planificación del proceso económico, en la asignación de labores y responsabilidades en el seno de la empresa y en la decisión sobre el uso del excedente producido, entre oras atribuciones. Hay que garantizar que la gestión sea democrática, de amplia participación, que permita la contraloría de los trabajadores, de las comunidades y de la sociedad como un todo. Es la realización práctica de la propiedad socialista.
A lo expuesto anteriormente, resultan tremendamente aleccionadoras las conclusiones de Lenin:
“Una de las tareas más importantes, sino la más importante, en los actuales momentos consiste en desarrollar con la mayor amplitud esa libre iniciativa de los obreros y de todos los trabajadores y explotados en general en su creadora acción organizativa. Hay que desvanecer a toda costa el viejo prejuicio absurdo, salvaje, infame y odioso, de que sólo las llamadas “clases superiores”, sólo los ricos o los que han cursado las escuelas de las clases ricas pueden administrar el Estado, dirigir la estructura orgánica de la sociedad.
¡Obreros y campesinos, trabajadores y explotados! La tierra, los bancos y las fabricas han pasado a ser propiedad de todo el pueblo ¡Empezad a llevar vosotros mismos la contabilidad y el control de la producción y la distribución de los productos! Ese es el único camino hacia la victoria del socialismo”.[46]

Esto permitirá elevar el compromiso, el interés y la disposición de los trabajadores por el mejoramiento productivo de las empresas donde laboran, sin la coerción típica del capitalismo de ser despedidos si no satisfacen las exigencias del capitalista. En esta nueva fase de organización de la sociedad, los trabajadores, ahora como propietarios, son dueños de los recursos económicos y de la riqueza producida, lo que los estimula a realizar el máximo esfuerzo por mejorar la eficiencia y rendimiento en el empleo de los factores productivos disponibles.
De hecho, la identidad trabajadores-propietarios debe convertirse en una palanca de primer orden para elevar la productividad en función del bienestar creciente de la sociedad, para lo cual se exige, igualmente, un elevadísimo grado de conciencia política, moral, cultura, ética y capacitación técnica.
Por ello, la gestión socialista descansa, en buena medida, en la formación ideológica de los trabajadores. La empresa debe contemplar entre sus planes permanentes la formación política e ideológica, además de la técnica y cultural. A través del tenaz trabajo ideológico y la educación, se deben extirpar los principios burgueses inculcados en la mente del trabajador, la alienación que los reduce a objeto de los procesos sociales. Los avances aquí alcanzados serán consolidados con las nuevas condiciones materiales de desarrollo socialista.

24.- Integración regional y antiimperialismo
En el marco de una economía global dominada por las corporaciones transnacionales, una economía dependiente y rentista como la nuestra no podrá desarrollarse al margen de la cooperación internacional o abstrayéndose de la dinámica internacional.
En ese sentido, se retoma una vez más la propuesta de la integración. Las naciones del mundo responden al proceso de globalización neoliberal con la formación de bloques regionales. Esa es la estrategia asumida incluso por países de elevado nivel de desarrollo, por potencias económicas, con el objetivo de confrontar los retos tecnológicos, comerciales, financieros y económicos de la globalización.
En el caso latinoamericano, la experiencia integracionista es larga, pero poco exitosa. En unas oportunidades, los gobiernos se basaron en propuestas donde la intervención estatal fue un factor esencial, especialmente en la década de los 60, 70 y parte de los 80. En otras, la motivación de la integración en los últimos 25 años fue de libre mercado en el marco de las políticas impuestas por el FMI.
En algunos casos, el planteamiento se inspiraba en la tesis panamericanista promovida bajo la influencia hegemónica del imperialismo estadounidense. Aquí se cuentan desde la Doctrina Monroe hasta el ALCA, propuesta neocolonial para institucionalizar la dictadura de las corporaciones transnacionales en el hemisferio. En otros contextos, se esbozaba la unión latinoamericana y caribeña, los numerosos esquemas comerciales y financieros regionales, como herencia del pensamiento del Libertador, que finalmente se interrumpieron en razón del sometimiento a los intereses estadounidenses.
A veces ha sido el capital financiero internacional el principal promotor, en otras ocasiones las burguesías locales.
De tal manera que la integración es imprescindible para nuestros pueblos, pero la revolución no puede ser indiferente al modelo a seguir.
De acuerdo a sus objetivos, la integración de orientación socialista persigue: ampliar los horizontes comerciales, profundizar la cooperación tecnológica y económica, ampliar las escalas de producción de las unidades económicas, potenciar los recursos disponibles, estrechar las relaciones financieras, reducir las asimetrías existentes, generar bienestar a los pueblos, impulsar el acercamiento político, etc. La integración tiene que producirse en el marco del antiimperialismo, la cooperación para el desarrollo y la solidaridad entre los pueblos.
De allí, nuestra férrea oposición al ALCA, que plantea consolidar las estructuras de dominación que nos han hundido en el atraso. A la derrota del ALCA contribuyeron, por razones obvias, las naciones que han anunciado su orientación socialista, encabezadas por la República Bolivariana de Venezuela. Con nuestras posiciones coincidieron gobiernos nacionalistas de mucho peso en la región como Brasil y Argentina. Objetivamente hay que reconocer que sin el apoyo principalmente de Brasil, no hubiera sido posible infringirle esa dura derrota al imperialismo.
Esto significa que hay importantes puntos de coincidencia entre naciones de diferente orientación política, unas de carácter socialistas y otras nacionalistas, de naturaleza socialdemócrata, que se mantienen en el campo capitalista. Coincidimos básicamente en procura de elevar el desarrollo económico, lo cual choca en contra de los intereses de dominación imperialistas.
Nos ubicamos en el campo antiimperialista y eso es un sólido terreno para construir proyectos de integración económica, que tengan como propósito la complementariedad, la cooperación en diversos ámbitos, el comercio, es decir, el clásico modelo de integración con tímidos esfuerzos por reducir las asimetrías.
Ese es el caso del MERCOSUR y la UNASUR, por citar dos ejemplos, donde nosotros participamos a pesar de no coincidir plenamente con nuestro modelo de desarrollo. Las burguesías locales encabezan este proyecto en función de fortalecer el capitalismo y su poder. Como se ha demostrado históricamente, esta clase social no ha sido capaz en la inmensa mayoría de los casos de llevar a cabo exitosamente un proyecto de desarrollo nacional.
Pero a pesar de ello, en estos esquemas podemos fortalecer un bloque de poder contrario al imperialismo y de defensa ante la hegemonía estadounidense. Allí podemos obtener beneficios de la cooperación y podemos, finalmente, tratar de mover ese bloque a un esquema de mayor sensibilidad social.
Participamos allí porque eso contribuye a alcanzar dos objetivos fundamentales de la transición: la lucha antiimperialista y el desarrollo del país.
Pero los esfuerzos integracionistas de la revolución van mucho más allá. La propuesta del ALBA fundamentada en la solidaridad y los intereses de los pueblos pretende una integración de nuevo tipo, socialista.
Es preciso señalar que, hasta el momento, la fortaleza del país en la búsqueda de mayores niveles de integración regional se ha basado en el petróleo. La escasez relativa de hidrocarburos en la región ha permitido al país acelerar el ritmo de las relaciones comerciales y económicas, incorporando temas de avanzada en la agenda integracionista. Sin embargo, esto no es suficiente. La diversificación integracionista pasa por la diversificación de nuestro perfil productivo, lo cual incrementaría el interés de nuestros socios hacía nuestra economía y, por otra parte, nuestra capacidad de incidir con mayor fuerza en los procesos regionales.

25.- Conclusiones
El capitalismo llega a sus límites de expansión. No puede reproducirse sin provocar severas crisis y atentar en contra de la vida humana, lo cual se refleja dramáticamente a la luz de su crisis más grave en los últimos 80 años.
En este contexto se presenta ya no solo la posibilidad, sino la necesidad histórica impostergable del socialismo, lo que sólo puede ocurrir en el marco de una revolución social.
Esa revolución atraviesa en nuestro país la fase de liberación nacional y asume una clara orientación socialista. En este sentido, la transición al socialismo persigue quebrar la lógica del capitalismo y la dominación imperialista. En este período de transición se potencian al máximo las contradicciones entre el socialismo naciente y capitalismo decadente.
El PSUV se convierte en el principal proyecto político de la revolución. Este partido está llamado a dirigir a la clase obrera y las masas trabajadoras en general, motores insustituibles de los cambios revolucionarios, que tienen un enemigo tan poderoso como el imperialismo y una tarea histórica tan compleja como la construcción del socialismo.
Dichos cambios operan en tres líneas estratégicas: a) La creación del Estado revolucionario, basado en el poder popular, sobre las ruinas del Estado burgués; b) el desarrollo de una economía socialista basada en una industria moderna y diversificada; y c) el desarrollo de la conciencia y ética socialistas, premisas indispensables para el accionar revolucionario de las masas proletarias.
La conquista del poder político para suprimir al capitalismo es la tarea fundamental de las fuerzas revolucionarias, es el punto de partida para la transición a la nueva sociedad. Se trata de superar la crisis sistémica del capital a través del establecimiento de la hegemonía revolucionaria. Es la confrontación histórica entre la revolución y el reformismo, entre la revolución y la claudicación.
Uno de los frentes fundamentales de la revolución es la lucha ideológica. Se tiene que romper con la hegemonía ideológica, deslastrar a la población de una mentalidad burguesa y construir la conciencia revolucionaria para poner a la población en condiciones de edificar la sociedad de hombres y mujeres libres. Toda verdadera revolución y, muy especialmente, una de carácter socialista, es en esencia una revolución cultural.
Asimismo, la revolución plantea la necesidad de expandir y fortalecer formas socialistas de propiedad sobre los medios de producción, lo cual se encuentra condicionado por la socialización alcanzada por las fuerzas productivas, la dimensión del sector socialista de la economía y el desarrollo político y técnico de los trabajadores.
La transición al socialismo depende en un elevadísimo grado de nuestra capacidad de incrementar sustancialmente el nivel de desarrollo del país. De allí la urgencia de las transformaciones económicas. Este será un factor determinante no sólo para garantizar la defensa de la revolución, sino para elevar el bienestar de la población y sellar la soberanía nacional, metas fundamentales del socialismo.
En ese contexto se imponen mecanismos, instrumentos y espacios de dirección y regulación económica típicas del socialismo. El mecanismo de regulación por excelencia pasa a ser la planificación socialista. Por su parte, la gestión socialista no sólo se convierte en un canal de creciente protagonismo de los trabajadores en el proceso económico, sino en una palanca para elevar la productividad. Esto último es, por cierto, una condición indispensable para la supervivencia del socialismo. Tenemos que demostrar nuestra superioridad productiva en relación al capitalismo. Las empresas, por su parte, se convierten en escenario de las transformaciones económicas y políticas, son receptoras de los cambios revolucionarios. Un rasgo fundamental de éstas consiste en el uso del excedente en función de los intereses de la sociedad. De estos factores dependerá en buena medida la posibilidad y el ritmo de la transición.






26.- Bibliografía consultada
- Marx, Carlos: El Capital, tomo I.
- Marx, Carlos: Prefacio de la contribución a la crítica de la Economía Política
- Marx, Carlos: Crítica al Programa de Gotha.
- Marx, Carlos y Engels, Federico: Manifiesto del Partido Comunista.
- Engels, Federico: Carlos Marx.
- Lenin, V. I.: Economía y política en la época de la dictadura del proletariado.
- Lenin, V. I.: Acerca del Estado.
- Lenin, V. I: Carta a la Redacción del “Iskra”.
- Lenin, V. I.: Una gran iniciativa.
- Lenin, V. I.: La autocracia y el proletariado.
- Lenin, V. I.: Discurso pronunciado en un acto en su homenaje, “Pravda”.
- Lenin, V. I.: Informe en el VII Congreso de los Soviets de toda Rusia sobre la política exterior e interna.
- Lenin, V. I.: El imperialismo, fase superior del capitalismo.
- Lenin, V. I.: El imperialismo y la escisión del socialismo.
- Lenin, V.: Discurso con motivo del 1er. aniversario de la Revolución Socialista de Octubre, ante el VI Congreso Extraordinario de los Soviets de Diputados de Rusia.
- Lenin, V. I.: Una gran iniciativa.
- Lenin, V. I.: Informe al VIII Congreso de los Soviets de toda Rusia sobre la política exterior e interior.
- Lenin, V. I.: Las tareas inmediatas del poder soviético.
- Lenin, V. I.: Cómo debe organizarse la emulación?








Índice

Introducción
1.- La crisis del capitalismo
2.- La necesidad histórica de la transición al socialismo
3.- El ritmo de la transición
4.- Revolución y poder político
5.- El partido de la revolución y la transición
6.- Estructura de clases en la transición
7.- La misión histórica de la clase obrera
8.- Clase obrera, lucha de clases y revolución
9.- Capitalismo de Estado y propiedad socialista
10.- La propiedad socialista en la transición
11.- El desarrollo económico, tarea fundamental de la transición
12.- Dependencia, imperialismo y desarrollo
13.- Carácter antiimperialista de la transición al socialismo.
14.- Economía petrolera y rentismo
15.- La industrialización, premisa para el transito al socialismo
16.- Tasa de acumulación y desarrollo
17.- Revolución agraria y seguridad alimentaria
18.- Empresas socialistas en la transición
19.- La comuna
20.- Mercado y planificación socialista
21.- Distribución, justicia e igualdad social en el capitalismo
22.- “De cada quien según su capacidad, a cada quien según su trabajo”.
23.- La gestión socialista
24.- Integración regional y antiimperialismo
25.- Conclusiones
26.- Bibliografía consultada
[1] Carlos Marx: El Capital, tomo I.
[2] Carlos Marx. Prefacio de la contribución a la crítica de la Economía Política.

[3] Lenin: Economía y política en la época de la dictadura del proletariado.
[4] Nosotros utilizamos el término socialismo, para lo que al comienzo de siglo XX, durante la revolución bolchevique, se empleaba el término comunismo. En aquel momento todavía no se tenía claridad en relación a que el socialismo sería una fase larga de transición al comunismo, a que este último no se establecería hasta que se crearan condiciones objetivas y subjetivas a través de un largo y complejo proceso histórico.
[5] V. I. Lenin: Acerca del Estado.
[6] Los clásicos del marxismo definieron esta fase como la dictadura del proletariado y lo concibieron como la única forma de defender y ejercer el poder conquistado, además de constituir la forma más perfecta de democracia a esa altura de desarrollo de la humanidad, en virtud de que por primera el desarrollo social era el resultado de la voluntad popular y la acción de las masas trabajadoras. Sin embargo, sería muy ingenuo desconocer que a raíz de los errores cometidos en el socialismo en la URSS y Europa, y de la feroz campaña de descrédito contra el marxismo, el empleo de ese término no haya generado ninguna aversión entre sectores de la sociedad que queremos conquistar para nuestras causas. Además del hecho de que esta revolución se lleva a cabo por la vía pacífica. De tal manera que más allá del término, lo relevante es que el nuevo régimen político debe apuntar a la destrucción del Estado burgués y la construcción de uno revolucionario, el establecimiento de la propiedad socialista sobre los medios de producción, etc.

[7] La experiencia del movimiento revolucionario internacional nos enseña que las debilidades y vacilaciones mostradas en relación a la necesidad de abolir una legalidad que emana de los intereses de un sistema profundamente injusto e inhumano y con respecto a la supresión del sistema de instituciones establecidas para salvaguardar los intereses de las élites, se han pagado con cruentos retrocesos de las luchas populares.
[8] V. I. Lenin: Carta a la redacción de “Iskra”
[9] V. I. Lenin: Una gran iniciativa.

[10] Con la democratización de la educación se erradica el sistema de privilegios que, salvo pocas excepciones, permitían sólo a las élites acceder a una educación de calidad. Con ello se modifica la procedencia de clase de la nueva intelectualidad y de los profesionales.
[11] Esto no quiere decir que la lucha de clases en el país se intensificará permanentemente en la medida en que se profundiza el establecimiento del nuevo sistema, pues con el fortalecimiento de las fuerzas del socialismo y el debilitamiento de la reacción la intensidad de la lucha de clases debería declinar en lo interno.
[12] Carlos Marx y Federico Engels: Manifiesto del Partido Comunista
[13] V. I. Lenin: La autocracia y el proletariado
[14] V. I. Lenin: Discurso pronunciado en un acto en su homenaje, “Pravda” del 21/11/1918.
[15] Carlos Marx: El Capital, tomo I.
[16] Federico Engels: Carlos Marx.
[17] Es necesario insistir en la presencia de la planificación socialista, en razón de que experiencias de casi total autonomía, como el modelo socialista yugoslavo, si bien registraron avances interesantes, desembocaron en graves desproporciones en la asignación de los recursos productivos y en la distribución del ingreso. Este peligro también estaría latente en cualquier modelo basado en el cooperativismo, ya que éste no puede considerarse relaciones socialistas de producción.
[18] Los efectos generados por la excesiva autonomía no serían tan visibles hasta el momento en que se analiza una empresa estratégica como PDVSA o las empresas básicas de Guayana, las cuales comenzarían a ser administradas en función, principalmente, de los intereses grupales de esos trabajadores.
[19] Este aspecto será detallado más adelante, en el punto relacionado con la Comuna.
[20] Al respecto, la tarea de mayor urgencia en Venezuela consiste en revocar la legislación vigente y tantas veces denunciada, que le otorga un igual rango al capital extranjero y al nacional, así como los numerosos acuerdos que impiden la doble tributación, estimulando la masiva evasión de impuestos que practica el capital foráneo.
[21] V. I. Lenin: Informe en el VII Congreso de Soviets de toda Rusia sobre la política exterior e interna.
[22] V.I. Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo.
[23] V. I. Lenin: El imperialismo y la escisión del socialismo.
[24] Después del derrumbe del colonialismo en Asia y África a raíz de la extraordinaria victoria de la URSS en la II Guerra Mundial, decenas de naciones conquistaron su independencia política, pero no la liberación social de los pueblos, por lo que la dominación colonial mutó en imperialista, aniquilando el sueño de libertad e independencia.
[25] Es preciso comprender que esta relación no es estática, que entre la fase antiimperialista y la socialista existe una estrecha interrelación. Es por ello que tareas típicas del socialismo pueden ser iniciadas o resueltas en la fase antiimperialista, en tanto que la construcción del socialismo representa, en esencia, la máxima expresión de la lucha antiimperialista.
[26] Esto contrasta con lo ocurrido en el s. XIX, cuando las fuerzas motrices de la revolución socialista se encontraban en las naciones industrialmente más avanzadas, debido al desarrollo de la clase obrera como estamento social y al despliegue alcanzado por las fuerzas productivas. También contrasta con lo ocurrido en el s. XX, cuando el triunfo de la revolución bolchevique concentró el mayor potencial revolucionario en el eslabón más débil del imperialismo.
[27] Los grupos políticos y sociales de carácter anticapitalista y antiimperialista adquieren cada vez mayor relevancia en esta parte del mundo, de lo cual los cambios acaecidos en la región latinoamericana son ampliamente elocuentes.
[28] A pesar de todas las críticas que se le puedan hacer al socialismo europeo, no se pueden negar los históricos avances logrados en materia de desarrollo productivo y mejoramiento cualitativo de los niveles de bienestar de la población. De esta experiencia se desprenden no pocas enseñanzas, entre ellas, que bajo condiciones de relativa tranquilidad este desarrollo productivo debe ser acelerado, más no forzado, evitando cualquier manifestación de descontento social.
[29] Este esfuerzo, obviamente, tendrá algún sentido sólo si se ha llegado a un elevado grado de socialización de la propiedad. De lo contrario, estaríamos asistiendo a un brutal mecanismo de explotación capitalista.
[30] Recordemos que una de las características de la transición en Venezuela será el escaso nivel de desarrollo productivo, incompatible con la organización social basada en principios socialistas.
[31] Se entiende que dicho salto no puede ser una medida arbitraria, ni una decisión caprichosa. Para la edificación del socialismo se deben crear condiciones materiales mínimas, así como también subjetivas. Lo novedoso de la tesis leninista es que el establecimiento de estas condiciones será el producto de un desarrollo que se inicia con un complejo proceso de rompimiento con el capitalismo, que se enmarca en una estrategia de definida orientación socialista.
[32] V. I. Lenin: Discurso con motivo del 1er. Aniversario de la Revolución Socialista de Octubre, ante el VI Congreso Extraordinario de los Soviets de Diputados de Rusia.
[33] V. I. Lenin: Una gran iniciativa.
[34] La importancia de definir estos mecanismos de regulación en la transición quedó en evidencia inmediatamente después de la toma del poder por parte de los bolcheviques. En aquella oportunidad se adoptó la política del “comunismo de guerra” a raíz de la intervención imperialista y la guerra civil. Posteriormente se estableció la NEP (Nueva Política Económica, estrategia económica implementada en la URSS entre 1921 y 1929), que no sólo permitió el desarrollo de una economía devastada por la guerra, sino que sentó las bases para los mecanismos de gestión económica que serían implementados en las décadas subsiguientes.
[35] Ejemplo de ello son la sociedad primitiva de propiedad comunitaria, así como la pequeña producción mercantil, basada en la identificación del trabajador y el propietario, en las cuales existió el intercambio mercantil.
[36] V. I. Lenin: Informe al VIII Congreso de los Soviets de toda Rusia sobre la política exterior e interior.
[37] En este caso también nos referimos a la anarquía de la producción inherente al mercado capitalista, en virtud de la existencia de un sector capitalista que se rige por la ley del valor.
[38] V. I. Lenin: Las tareas inmediatas del poder soviético.
[39] Nótese que este planteamiento se encuentra en plena correspondencia con el enunciado marxista, de que el grado desarrollo de las fuerzas productivas determina la forma de organización de la sociedad.
[40] En el capitalismo, las condiciones sociales de los trabajadores como asalariados empeoran, en la medida en que se expande el capital a través de la acumulación. Los trabajadores se hacen más dependientes de su condición de asalariados, el poder se concentra más y la alienación es cada vez mayor. Esa es la irrebatible dinámica histórica del capitalismo. Eso fue lo que afirmó Marx en relación al inexorable empeoramiento de la situación social de la clase obrera en el capitalismo, pero jamás hablo de una permanente depauperación de los trabajadores.

[41] Una medida muy eficaz para reducir los niveles de inequidad y la pobreza es el gasto público dirigido a la educación, pues son los niveles educativos alcanzados uno de los factores de mayor incidencia sobre los niveles de ingreso de la población. Sin embargo, el Estado tendrá que atender por la vía de los subsidios directos e indirectos a los sectores más excluidos de la población para satisfacer sus necesidades inmediatas.
[42] Esta es una de las condiciones envidiables con las que cuenta el país para avanzar en el desarrollo de modelos alternativos al capitalismo.
[43] Si bien es cierto que se puede mejorar los niveles de equidad sobre la base redistributiva, manteniendo fijos los ingresos, la meta de un sistema dinámico como el socialista debe aspirar al incremento sostenido de la riqueza. Este será un requisito indispensable para el socialismo en Venezuela, a menos de que se presenten condiciones -como la agresión imperialista- que impidan un elevado dinamismo económico.
[44] Carlos Marx: Critica al Programa de Gotha.
[45] Carlos Marx: Critica al Programa de Gotha.
[46] V. I. Lenin: ¿Cómo debe organizarse la emulación?